COLUMNISTAS

Un lector de contratapas

Hay un pasaje de un célebre poema de Sylvia Plath llamado Lady Lazarus donde dice: “Morir/ es un arte, como todo/ Yo lo hago excepcionalmente bien”. Es atractiva la idea de que cualquier cosa puede ser arte, incluso la muerte. Saltando saltando, y pasando de un tema al otro, significa que en todas partes puede haber arte, inteligencia, sentido del humor y una mirada radical sobre el mundo.

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Hay un pasaje de un célebre poema de Sylvia Plath llamado Lady Lazarus donde dice: “Morir/ es un arte, como todo/ Yo lo hago excepcionalmente bien”. Es atractiva la idea de que cualquier cosa puede ser arte, incluso la muerte. Saltando saltando, y pasando de un tema al otro, significa que en todas partes puede haber arte, inteligencia, sentido del humor y una mirada radical sobre el mundo. Hasta en las propias contratapas de los libros (quizás el desplazamiento de la muerte a la contratapa de los libros haya sido demasiado veloz y violento; pido disculpas). No se por qué, pero ahora recuerdo un fragmento de Mario Levrero, en Interrupciones II, donde la frase incluye también un desplazamiento veloz y violento, pero en su caso perfecto: “¿Era Marx quien decía que la historia se repite, sí, pero la segunda vez como comedia? Hay formas recientes de publicidad callejera que recuerdan a Hitler, pero esta vez tratando de vender una rifa, o una entrada para el circo”).
Volviendo al tema, típico periodista cultural, soy un gran lector de contratapas. Pero tengo cierta inclinación por las contratapas que se salen de la media (“Este gran escritor”, “este libro imprescindible”) y dicen cosas inesperadas. Por ejemplo, una de la editorial Taurus de principios de los 80. Es la compilación de Denis Hollier de textos de El Colegio de Sociología, que en la Francia de los años 30 integraban Georges Bataille, Roger Caillois, Michel Leiris y Pierre Klossowski, entre otros. La contratapa empieza así: “El Colegio de Sociología fue un grupo literario de vanguardia, el último de todos ellos”. Es evidente que el redactor, más que intentar describir de qué se trata el libro, prefirió fijar una posición ante la historia de las vanguardias y abrir una discusión intelectual (y cada vez que releo el libro, vuelvo a discutir con esa contratapa y a reabrir esa discusión).
Me acuerdo de otra contratapa, inteligente y levemente irónica. Es la de Impresiones de Africa, de Raymond Roussel, que Ediciones de la Flor publicó en 1973. Hacia el final, dice: “El lector tiene dos posibilidades: sumergirse en el texto desde el primer capítulo y asistir luego a la recomposición aparentemente mágica de lo que leyó, o bien comenzarlo por el último capítulo –el autor no lo previó así pero es un método posible– y retomar su comienzo al concluir la obra. Le recomendamos el primer camino, porque las sorpresas que se reciben recompensan el esfuerzo. De todos modos, Rayuela se escribió cincuenta años después”. O también otra, que presenta como nadie la posición transgresora de un texto, publicada por la editorial Bruguera en la primera edición de Frente a un hombre armado, del escritor chileno Mauricio Wacquez: “Frente a un hombre armado es uno de los textos más irreverentes, escandalosos y provocativos de la actual literatura en lengua castellana. Sodomita, traidor, asesino, mercenario, su protagonista reflexiona en él sobre los modos y maneras de hacerse con el poder, voluptuosidad suprema que pasa por la relación entre poseer y ser poseído.”
Llegando al presente, en muchas de las contratapas de la editorial española Caballo de Troya se esconden perlitas cargadas de ironía. Por ejemplo, el comienzo del texto para Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás, de Julián Rodríguez: “Este libro no cabe en una frase y eso es mala cosa, me dice la responsable del marketing. Qué le vamos a hacer” (a lo que habría que sumar la contratapa de Nada sucedía como lo había imaginado y otras certezas, de Angeles Valdés-Bango, en la misma editorial: “Y una advertencia final: está escrito en castellano y no en telecastellano”). Para concluir, tomo quizás una de las contratapas más conocidas de la literatura argentina contemporánea. Es la que escribió el propio César Aira para su novela Ema, la cautiva: “Ameno lector: Hay que ser pringlense y pertenecer al Comité del Significante para saber que una contratapa es una ‘tapa en contra’. Sin ir más lejos, yo lo sé."