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Un libro devaluado

En La victoria de Orwell, de Christopher Hitchens, hay un pasaje curioso. Hablando de Corea del Norte y de su siniestro régimen político, el autor afirma que “hasta el momento no sabemos nada sobre sus prisiones secretas y remotos campos de detención.

Quintin150
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En La victoria de Orwell, de Christopher Hitchens, hay un pasaje curioso. Hablando de Corea del Norte y de su siniestro régimen político, el autor afirma que “hasta el momento no sabemos nada sobre sus prisiones secretas y remotos campos de detención. Pero hago la predicción de que antes de que el presente libro llegue a las mesas de saldos nos habremos enterado”. Se trata de un exceso de optimismo, tanto en las grietas de la hermética monarquía comunista de la familia Kim como en las posibilidades de venta de la obra, publicada en inglés en 2002 y en castellano en 2003. Acabo de comprar un ejemplar de La victoria de Orwell en una mesa de saldos sin que Corea del Norte se haya vuelto un ápice más transparente.
El libro merece en cierto modo su destino. Hitchens supo ser un trotskista inglés pero, desde hace unos cuantos años, es un americano que defiende apasionadamente la invasión americana a Irak como parte de una cruzada contra el islam. Tal vez por eso el libro está organizado en torno a la peregrina idea de que “el tema norteamericano fue la oportunidad perdida de Orwell”.
De todos modos, Hitchens puede ser mejor que sus recientes obsesiones y el libro ilumina en buena medida las dificultades que tuvo un apasionado defensor de la libertad y la justicia en una época en que “la mayoría de los que integraban la clase intelectual estaban fatalmente comprometidos por su acomodamiento en una u otra de esas estructuras de inhumanidad hechas por él, y algunos en más de una” (esas estructuras son el colonialismo, el fascismo y el estalinismo). Orwell fue proscripto, calumniado y perseguido como pocos escritores en Occidente. Tal vez porque, como sugiere Hitchens en palabras de Lionel Trilling, aunque combatir al estalinismo como lo hizo fue una enorme hazaña moral e intelectual, tuvo “la virtud de no ser un genio, de enfrentarse al mundo nada más que con la inteligencia simple, directa y desengañada (…) que comunica la percepción de que lo que había hecho podría hacerlo cualquiera”.
Pero el exceso de optimismo de Hitchens comienza en el título. Medio siglo después de la muerte de George Orwell, las calamidades ideológicas contra las que luchó están lejos de desaparecer. Los Estados Unidos siguen aplicando la política del garrote, el racismo está más presente que nunca y el gran capital sigue aliado a los regímenes policiales, como en el tremendo caso chino, que ha logrado reunir lo peor de dos mundos. Aunque la Unión Soviética ha desaparecido, su herencia represiva está latente en Rusia y rige plenamente en Cuba.
Mientras tanto, muchos intelectuales siguen celebrando las viejas dictaduras y auspiciando las nuevas. Uno puede leer en un diario local, bajo el lema “Oye, chico, esto es una revolución”, una entrevista a un carismático general venezolano que dice: “Allí está la función de más de un millón quinientos mil voluntarios civiles, ya registrados y que estamos organizando para que progresivamente todos reciban instrucción militar, y a una parte se le entreguen algunos de los cien mil fusiles Kalashnikov comprados a Rusia”. Además de los fusiles AK-103, Chávez acordó este año con el presidente ruso, Vladimir Putin, la compra de 24 cazas Sukhoi 30 y helicópteros Mi-17, Mi-26 y Mi-35, por unos 3 mil millones de dólares. Estos desbordes contrastan con la frescura de un blog como “Desde el incendio”, de Rafael Ocio Cabrices. Allí se puede leer una cobertura de la actualidad venezolana que, alejada de la violencia, el golpismo y el odio de clase, se opone a un futuro de “partido único, reelección indefinida, educación ideológica a todos los niveles”. Ocio Cabrices tampoco es un genio, pero comenta así la muerte de Pinochet, la supervivencia de Fidel Castro y las aspiraciones de Chávez: “Hay muchos hijos de puta. Hoy, hay uno menos, pero quedan varios, y otros más estarán preparándose para el cargo”. La herencia de Orwell no es una victoria, sino el espíritu de resistencia.