COLUMNISTAS

Un misterio develado

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Conocí a Norberto Cambiasso en los 90, cuando nosotros hacíamos El Amante y él Esculpiendo Milagros, esa mítica revista de rock con alto vuelo intelectual. En esa época era nuestro columnista en la radio y nos sorprendía cada semana con sus discos de rock checo y otras rarezas de las que no habíamos escuchado hablar. Nunca entendí bien qué música prefería Cambiasso ni cuáles eran sus teorías, pero tenía miedo de preguntarle porque me hacía sentir un pigmeo del sonido.

Veinte años después, tengo la oportunidad de aclarar el misterio mediante el libro que Cambiasso acaba de publicar: Vendiendo Inglaterra por una libra. Una historia social del rock progresivo británico. Es el primer tomo de tres, cuatrocientas páginas que se ocupan de las Transiciones de la psicodelia al prog. Conviene hacer un par de aclaraciones. La primera es que se trata de una edición excelente de Gourmet Musical, sin errores tipográficos y con un extenso índice temático, además la bibliografía y la discografía, elementos fundamentales que se extrañan en muchos ensayos en castellano. La segunda es que el trabajo de Cambiasso es monumental y el libro está repleto de ideas generales, pero también de información y de comentarios específicos, lo que muestra la ambición y el esfuerzo por integrar en un texto la historia contemporánea, el debate estético y la opinión sobre músicos particulares. Tercera: gracias a Spotify y otra ayudas tecnológicas, un libro tan intrincado se hace ameno, ya que uno puede oír la música sin tener la enorme colección de discos que hubiera hecho falta en el pasado.

Vendiendo Inglaterra se ocupa de la escena británica entre 1967 y 1972 y es una defensa matizada pero enérgica del rock progresivo, en particular de su período sinfónico. Es decir, de una música que nunca soporté, que generó una enorme adicción en la Argentina (paradójica anglofilia en el país malvinero) y que ha perdido tanto prestigio con el tiempo que mi opinión de entonces (“un pomposo aburrimiento”) ha pasado a ser la predominante. Pero Cambiasso pelea con ahínco por Pink Floyd sin Syd Barrett, por Yes y por Emerson, Lake & Palmer desde dos principios: uno es cierto deprecio por la tradición del rhythm and blues como reaccionaria y el otro el derecho (y casi la obligación) de un músico de cualquier época o lugar de apropiarse de todas las tradiciones (incluyendo el folk y la música culta) y construir con ellas algo nuevo, como lo hizo en su momento Béla Bartok y los grupos sinfónicos a favor de los cambios tecnológicos. La primera premisa me ofende un poco, la segunda me resulta atractiva porque se aparta de los mandatos policiales de la academia. Ni populista ni elitista, Cambiasso habla desde un lugar que resulta interesante una vez que se entiende por dónde van los tiros.

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No estoy muy convencido, como piensa Cambiasso, de que las tendencias musicales de una década se correlacionen con los cambios políticos ni de que el amor de los ingleses por la tradición sea tan despreciable como pretende cierto marxismo, pero un libro que permite descubrir grupos como East of Eden, Third Ear Band, Mighty Baby o la Edgar Bronson Band se hace irresistible porque lo mejor de Cambiasso como crítico aparece cuando habla de los que tuvieron menos suerte que las manoseadas estrellas del pop.