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Un mundo para Julio

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Joaquín Sabina suele destrozar a Julio Iglesias. Debo reconocer que hay algo en la actitud demasiado “programáticamente reventada” de Sabina que hace que no me interese mucho escuchar sus canciones. A la música de Julio Iglesias entré porque lo escuchaba mucho mi mamá cuando yo era chico. Sin embargo, ya tengo 51 años y uno de sus discos es para mí casi como un talismán. Se llama El amor y en la tapa está sentado un Julio Iglesias tostado y joven, con un traje blanco impecable. Tiene algo del Corto Maltés que dibujó el genial Hugo Pratt, un marinero aventurero que se solía sentar, como lo hace Julio Iglesias, en unos sillones de madera, trenzados, con respaldo redondo e inmenso, que le daban el aspecto de un gran pavo real.
El pavo real abre sus alas para enamorar. Julio Iglesias también. Tiene una canción cuyo estribillo me hace matar de risa por la precisión de su súplica: “¡Si me dejas no vale!”. Y otra que parece difícil de creer si lo vemos sentado en la tapa del Amor: “Me olvidé de vivir”.
Pero, me pregunto ahora, olvidarse de vivir, ¿no será en vez de un lamento una certeza budista, ese aceptar en el vacío para olvidar la tensión entre pasado y futuro y estar en presente puro?
Como El cantante de Andrés Calamaro o Self-Portrait de Bob Dylan, es un disco hecho con temas propios y con covers de otros: tiene la hermosísima Candilejas de Chaplin y Mi dulce Señor de Harrison. Y cinco propias memorables sobre la pérdida del amor y el paso del tiempo.
A Sid Vicious, un nazi que tocaba en los Sex Pistols, le encantaba versionar A mi manera, de Sinatra. Julio Iglesias estuvo envuelto en casos de corrupción en España, es un paria para muchos de los rockeros vernáculos, y repudiado por sus contemporáneos melódicos.
¿No cumple los requisitos para que –de volver a unirse– lo versionen los Sex Pistols?