“La vida de los ricos suele ser monótona: se aburren por tanta omnipotencia. Lo que a nosotros nos llena de ardientes posibilidades son esas vulgares limitaciones que nos obligan a enfrentarnos con lo que no nos gusta, lo que no esperamos.”
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936)
Con fama y mucha plata uno podría comprar galácticos, mantener una casa de fin de semana para organizar parties, construir hoteles de lujo o estadios, pagar retenciones, bancar novias mediáticas, tener un imitador en lo de Tinelli y financiar campañas que te hagan ganar una elección; o dos. Con billetes frescos uno podría ser Berlusconi o Florentino Pérez, pero también el ingeniero Pellegrini, angustiado porque nunca es fácil saber dónde poner a Higuaín, Raúl y Robben entre tanto Cristiano Ronaldo, Kaká y Benzema. Sin un peso, claro, uno pasa a ser “argentino”. Funcionario viejo con yate nuevo, club glorioso con deuda abismal, intermediario cool, trepador top o Carusito corazón, feliz de la vida probando entusiastas freaks con los pies redondos y el pase libre. Impossible is nothing, folks!
Fama, dinero fácil y poder están hoy irremediablemente unidos, pero no siempre fue así. La riquísima aristocracia argentina tenía la vaca atada, sí, pero prefería el perfil bajo a la estridencia vulgar y era indudablemente culta. Las clases altas norteamericanas, mucho más rústicas, también protegían sus intereses lejos de los flashes. David Rockefeller, el banquero que elegía candidatos a presidente con su Comisión Trilateral, solía despotricar contra su hermano Nelson, ex gobernador de Nueva York y vicepresidente de Gerald Ford: nunca entendió su manía de arriesgar el apellido sometiéndolo a los vaivenes de la política en lugar de ejercer sin culpa el poder real, como marcaba la tradición familiar. En fin, cada uno con su mambo.
Portugal aún es ese viejo imperio allá atrás de España, la que recién entró al siglo XX cuando murió el Generalísimo. País de revoluciones con fusiles y rosas, melancólicos fados y futbolistas con clase. Eusebio, que era de Mozambique, fue eclipsado por Pelé; pero en los años 90 y con Maradona retirado, Luis Figo, estrella del Sporting, alcanzó unánime reconocimiento universal gracias a su rara habilidad y enorme potencia física. Una década más tarde explotó otro talento del mismo semillero: un chico de la isla Madeira apellidado Dos Santos Aveira. Como en el verano de 2003 el Madrid se había llevado a Beckham, el Manchester United y Ferguson pensaron que ese pichón de Figo era ideal para reemplazarlo y por eso lo pagaron 18 millones de euros, uno por cada año de vida. Fue su papá quien eligió su nombre: le puso Cristiano por su fe y Ronaldo... por Ronald Reagan. Y bueh, gustos son gustos.
Ese portuguesito baby face es, justamente, quien acaba de romper en mil pedazos los límites del mercado europeo gracias a los 94 millones de euros que el Madrid invirtió en su transferencia. Ganará fortunas. Uf. Sólo con lo que reciba una vez que vacíe su garaje inglés y revenda sus exclusivas coupés con volante a la derecha, podría comprarse un Lugüercio full, nunca taxi, o un par de volantes gauchitos para cortar el pasto de su nuevo jardín. ¿Será para tanto, amiguitos? Mmm...
Zlatan Ibrahimovic, nacido en Suecia de padre bosnio y madre croata, es un extrañísimo caso de delantero muy alto –mide 1,95– pero con sorprendente habilidad. Con la llegada de este goleador que en el Inter deslumbraba a fuerza de acrobacias, taquitos y otros lujos, el Barcelona intentó responder la mojada de oreja galáctica del Madrid. Lo pagó 40 millones más Samuel Eto’o, otro jugadorazo.
Otro hijo de la inmigración pobre europea hacia los Estados de bienestar es Karim Benzema, veinteañero francés de origen tan argelino como Zidane. Por su pase, el Lyon recibió 35 millones del Madrid, que bien podrán convertirse en 41, según objetivos. Wow. Por cierto: no debemos olvidar a Kaká, el chico bueno que cree en Dios y se casó virgen. Aquellos 65 millones con los que Florentino tentó al Milan a fines de mayo fueron el punto inicial para esta increíble epidemia de transferencias top. ¡Aleluya, hermanos!
Millones: Tevez 41, Adebayor 29. Minucias para el Manchester City de Sulaiman Al-Fahim, que el año pasado gastó 42 en Robinho y 250 en el club entero. Y ojo, que hablamos en euros, ¿sí? Para hacer el cálculo en dólares hay que sumarle un 30 por ciento, más o menos. Glup.
OK, es un lugar común quejarse por estas cosas, lo sé, pero esas cifras son medio repugnantes, muchachos. Sobre todo cuando hace tanto que se habla de la dura recesión económica, aquí, allá y en todas partes. ¿Será el fútbol la isla de la fantasía del mundo desquiciado? ¿Lavan guita, che? ¿En cualquier momento explota todo? ¿Están todos locos?
Y... un poco de cada cosa, quizá. Salvando las distancias y los ceros, lo mismo pasa en Argentina, sólo que nuestros dirigentes prometen, firman cualquier cosa y después se mandan un pagadiós si todo va mal. Total, como dicen los periodistas más cínicos y divertidos, “mañana será otro diario”.
Bien lo ha cantado García hace unos años, compatriotas: te amo, te odio. Dame más.