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escenario COMPLEJO

Un país estático

En un mundo dinámico, contrasta la Argentina que se repite. La señales de los países vecinos.

Parabens.
| Dibujo: Pablo Temes

La propensión argentina a aislarnos del mundo suele llevarnos a no advertir lo que sucede más allá de nuestras fronteras, por relevante que resulte aun para nosotros mismos. Mientras tanto, el panorama interno no entusiasma a nadie. El Gobierno parece encarar su último año librando batalla tras batalla con propósitos efímeros y sin acertar con las medidas necesarias para cerrar su ciclo con una economía, si no más próspera, al menos más equilibrada. Las tendencias electorales se mantienen estables; nada de lo que sucede abre perspectivas demasiado distintas. Las cosas no están bien en la Argentina y no lucen mucho mejor en el horizonte.

Vivimos en un mundo cuyos problemas son complejos y en el que las soluciones no están escritas –como lo estuvieron otras veces– en dos o tres recetarios claros. Pero en el cual, en el balance, está bastante claro que algunos países funcionan, aciertan con algunas respuestas y consiguen ir superando sus problemas más críticos, mientras otros no funcionan. En nuestra región, Argentina, Brasil y Venezuela aparecen como las tres economías cuyos problemas económicos tienden a agravarse. En los tres países se manifiestan –con distinta intensidad– fenómenos de inflación y de estancamiento en la creación de empleo; en los tres se constata que la inversión productiva es insuficiente, y que la productividad no crece.
Brasil es precisamente uno de los ámbitos externos donde pasan cosas que pueden modificar el escenario. La elección presidencial del 5 de octubre se presenta con enorme incertidumbre. La desafiante Marina Silva tiene chances de ganar la presidencia, y aunque no lo consiguiese, habrá producido un impacto mayúsculo: Marina propone un cambio profundo en el paradigma económico que viene orientando a Brasil desde la primera presidencia de Lula. Desprovista de un andamiaje ideológico para justificar sus opciones, simplemente reconociendo qué funciona y qué no funciona en el mundo, está proponiendo que Brasil se aleje del Mercosur –precisamente el bloque regional que incluye a los países cuyas economías están en problemas– y adhiera a la alianza del Pacífico –la de los países cuyas economías están yendo bien–. Marina le propone a su país un programa para mejorar la competitividad de la economía, sin ignorar las implicaciones sociales y poniendo foco, además, en la dimensión ambiental. ¿Utópico? ¿Fantasioso? Lo cierto es que alrededor de la mitad de los brasileños le están diciendo que sí. El impacto del fenómeno Marina Silva sobre el futuro de su país puede ser enorme, como lo sería entonces sobre toda la región.

Esta semana, el mundo asistió asombrado al desenlace del plebiscito en Escocia. Durante varios días las tendencias fueron inciertas. Separatistas y unionistas son bloques heterogéneos. El separatismo escocés es una mezcla de fascinación con el modelo “igualitarista” escandinavo y un nacionalismo nostálgico del mundo feudal de siglos atrás, que evoca la romántica historia del héroe antiinglés William Wallace (actualizada en nuestros días por la película de Mel Gibson). Pero lo cierto es que Escocia pudo poner en vilo a Inglaterra y actualizó un problema que se reproduce en muchas regiones. A Escocia puede seguirla Cataluña, y luego otros casos, sin excluir desde luego en nuestro entorno cercano el del Oriente boliviano. Y ya está planteado el desafío de Estado Islámico en Irak, el de Ucrania en Rusia, y otros.

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El mapa de Medio Oriente está siendo desafiado como desde hacía décadas no sucedía. Pueblos con historias milenarias fueron sometidos, en el siglo XX, a un mapeo político en muchos casos artificial y desprovisto de consistencia; sociedades hoy complejas, divididas y desgarradas por expectativas inconciliables de sus distintas partes hacen lo que pueden para sobrevivir. En esas tensiones posiblemente se esté tejiendo el mundo del próximo siglo. Una clave fundamental de lo que será ese mundo reside en la capacidad de cada sociedad de resolver esas tensiones de manera institucionalizada y no recurriendo a la violencia, la guerra y el terror.

Es un mundo cuyos cimientos geopolíticos crujen. Argentina no puede seguir siendo ajena a ese mundo. No podemos seguir siendo una nave que se orienta con cartografías anticuadas.

Argentina contrasta por la falta de iniciativa ante sus problemas más candentes, por su propensión a repetirse a sí misma. La ley de abastecimiento –uno de los temas de la semana– no es un invento novedoso; pocos, incluyendo a varios de los que la votaron en el Congreso, piensan que puede resolver algunos de los problemas que la justifican. No es un asunto meramente teórico; aquí y en otras partes ya fue probada sin éxito. Los precios se escapan y la ley no los contendrá. La economía se desequilibra; en el Gobierno se observan fisuras, pero no búsqueda de acuerdos. Una vez más el Gobierno se va aislando de la sociedad, consigue enfrentarse a los sectores empresarios y finalmente ofrece más críticas que soluciones.

Un cierto alivio puede provenir del encuentro de alto nivel entre la Presidenta y el papa Francisco. El alivio puede terminar siendo meramente simbólico, y en ese caso útil para darle al Gobierno un poco de aire en un momento difícil, o puede llegar a ser algo más sustantivo. ¿Qué podría decir de sustantivo el Papa a una presidenta que entra en el último año de su gestión? Tal vez sea un buen momento para reiterar su mensaje a los obispos que convocó en la capilla Clementina hace pocos días: “Aun custodiando celosamente la pasión por la verdad, no derrochen sus energías para contraponerse y enfrentarse sino para construir y amar”. No es el momento de sacar leyes con fórceps, de pelearse con unos y con otros porque defienden sus intereses como pueden, sino de buscar acuerdos para terminar la gestión lo mejor posible dejando al país en el mejor estado posible.