COLUMNISTAS

Un paso al más allá

Vuelvo a leer El paseo de Robert Walser. Hace bien al espíritu pasar cada tanto un día walseriano. “¿Podría –pregunté con timidez– ver y apreciar al instante lo más esmerado y serio, y por tanto naturalmente también lo más leído y más rápidamente reconocido y vendido?”, dice el paseante con ese tono inimitable del autor, esa ironía suave siempre al borde de mutar en una angustia intolerable.

Quintin150
|

Vuelvo a leer El paseo de Robert Walser. Hace bien al espíritu pasar cada tanto un día walseriano. “¿Podría –pregunté con timidez– ver y apreciar al instante lo más esmerado y serio, y por tanto naturalmente también lo más leído y más rápidamente reconocido y vendido?”, dice el paseante con ese tono inimitable del autor, esa ironía suave siempre al borde de mutar en una angustia intolerable. Walser nació en 1878 en Suiza y llegó a ser un escritor relativamente conocido en su juventud, apreciado en la primera mitad del siglo por gente como Kafka, Musil y Herman Hesse, antes de esfumarse con la guerra y reaparecer en los 70 como uno de los mayores descubrimientos de la literatura contemporánea. Llegó a vivir en Berlín haciendo trabajos de toda clase pero formó parte del mundo cultural con centro en la capital alemana. Sin embargo, en 1913 volvió a Suiza, donde vivió entre grandes penurias, hasta que en 1932 dejó de escribir y pasó los últimos veinticinco años de su vida en un hospital psiquiátrico.
En un artículo sobre Walser, J. M. Coetzee hace una interesante observación sobre su vuelta a la oscuridad provinciana: “Berlín le ofrecía la oportunidad de abandonar su origen social, la clase de los tenderos, los empleados y los maestros para formar parte de la intelligentzia cosmopolita.” Pero Walser se consideraba “un autor ridiculizado y sin éxito” y se sentía muy incómodo con el establishment literario. Prefería, en cambio, llevar la marca pequeño burguesa que atraviesa cada página de una escritura que, en una paradoja singular, es de una enorme radicalidad formal y narrativa. En palabras de W. G. Sebald, “Walser consigue algo así como la completa sumisión del escritor al lenguaje, una simulación de torpeza con el mayor virtuosismo, la perfección de la ironía en la práctica poética, sólo entrevista por los románticos alemanes pero no lograda por ninguno, salvo quizá Hoffman.”
La cita de Sebald proviene de un librito llamado El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser, que se publicó en castellano hace muy poco. Sebald, que nació en Alemania pero también la dejó por Suiza e Inglaterra, compartía con Walser el gusto por las largas caminatas por el campo. “En todos los caminos me ha acompañado Walser siempre”, confiesa, y su propio paseo walseriano lo lleva a rincones insólitos del pensamiento. Entre otros, a citar una frase de Benjamin que explica la fugacidad de los personajes del escritor: “Venían de la demencia y de ninguna otra parte. Son figuras que han dejado atrás la demencia y por eso siguen siendo de una superficialidad tan desgarradora, tan completamente inhumana, imperturbable. Si se quiere designar con muy pocas palabras lo inquietante y lo agradable que hay en ellas se puede decir que todas se han curado”.
Sebald, cuyos libros usan las fotos de un modo fértil e inédito, estudia también las pocas fotografías que quedan de Walser e iluminan las distintas etapas de su vida y su locura. Se detiene en las del último período y descubre que le hacen acordar a un abuelo muy querido, que murió en el mismo año que el escritor y que solía llevar el sombrero y abrocharse la camisa del mismo modo. Y luego cuenta su sorpresa al leer El bandido y encontrar coincidencias sorprendentes con una de sus propias novelas. Más adelante, enumera otra serie de casualidades y concluye: “Desde entonces he aprendido a comprender lentamente cómo, por encima del espacio y de los tiempos, todo está vinculado entre sí.” Sebald es acaso el último escritor cuya obra es un intento por preservar cada mota de polvo del pasado histórico, aunque esos arranques de misticismo suelen irritar a algunos lectores. Constantino Bértolo, por ejemplo, un editor español poco amigo de los fantasmas, considera a Sebald un caso típico de lo que llama “alta cursilería”. Es que últimamente, el contacto con la mística nos acecha. Hasta en la política argentina