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congojas

Un pequeño ajuste de términos

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Me vengo topando con cierta frecuencia con personas visiblemente violentas. Me llama la atención cómo se ponen a insultar de repente, los exabruptos a menudo escabrosos que son capaces de proferir, las agresiones sin fundamento que sueltan desorbitados, el veneno humeante que exudan, lo sacados que parecen estar. En general no los conozco, pues se escudan en el anonimato o en el seudoanonimato; pero tengo entendido que en algunas circunstancias, puestos a explicar el descontrol de sus conductas, suelen dar la siguiente razón: el kirchnerismo. El kirchnerismo tiene la culpa, el kirchnerismo los pone así. Debemos inferir, por ende, si nos atenemos a sus dichos, que en otros tiempos (con De la Rúa, por ejemplo, o durante la presidencia de Ramón Puerta) supieron ser personas respetuosas, bien educadas, equilibradas, correctas, aun para el desacuerdo o la polémica. Pero que el kirchnerismo y sus crispaciones, sus lecturas de Carl Schmitt, sus antinomias, su grieta, los ha condenado a la ferocidad: a ser los violentos que son.

Me guío por lo que dicen y entonces los veo así: como impensados kirchnerianos. No como kirchneristas, por supuesto, ya que discrepan de sus políticas y detestan su ideología; pero tampoco como antikirchneristas sin más, u opositores como somos tantos. Pues lo que en verdad están planteando es que si son como son y si actúan como actúan, no es sino por el kirchnerismo. Es decir, con otras palabras, que el kirchnerismo, según ellos, los constituye: que los produce y los justifica, que les da forma y los determina. De hecho, según parece, casi no logran pensar en otra cosa a lo largo de cada uno de los días de esta vida que les toca padecer, ni hay tema de conversación que a la corta o a la larga (y en rigor de verdad, a la corta) no los lleve siempre hasta ese mismo punto.

Imploro se me disculpe, a partir de ahora, por la indiscreta autorreferencialidad que, a modo de excepción, voy a permitirme. Me ha tocado, en estos años, participar de programas de televisión y de radio conducidos por oficialistas o conducidos por opositores. Me ha tocado escribir artículos literarios para medios oficialistas o para medios opositores. Me ha tocado ser invitado a diversas ferias del libro, a veces por el oficialismo y a veces por la oposición (y a veces por entidades extranjeras que no eran ni una cosa ni la otra). Y he contado siempre con la posibilidad de intercambiar ideas, de debatir, incluso de confrontar. En ocasiones con kirchneristas y en ocasiones con antikirchneristas, con tales argumentos o con tales otros, contra tales argumentos o contra tales otros.

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Con los impensados kirchnerianos, en cambio, me resulta bastante más difícil manejarme. No exagero si digo que me apabullan, que me pasman, que me hielan. No exagero si digo que me intimidan. No exagero si digo que me angustian. Ahora mismo, sin ir más lejos, cumplo con mi trabajo y entrego esta columna, y una vaga congoja me invade.