Los aviones comienzan a caer como mosquitos después de la tormenta, ya sea por misiles, tormentas, falla de materiales o inepcia de los pilotos; hay quien celebra la aparición de una cepa de la peste negra en China posteando que será un saludable modo de contener el crecimiento de la humanidad; hay quien mete a su bebé en el lavarropas funcionando (se ve que todavía existen modelos manuales); hay una diputada israelí que pide el exterminio de madres e hijos palestinos y grupos que piden el exterminio de todos los judíos porque así dicen que lo dijo Dios, que sería a la vez Perfecto y Omnipotente y Racista sin mengua de su Inconmensurable Bondad; hay conductores que atropellan y huyen sin atender a sus víctimas porque no les da la gana o no los cubre el seguro; hay mujeres y hombres que creen que sus problemas no existen si no los evacuan por la televisión; hay un decir que asegura que nos vamos a liberar y termina implorando que nos dejen pagar por una deuda de la que nunca podremos saber la lógica ni la razón, salvo su carácter creciente, exponencial; hay físicos que dicen que, liberada la energía suficiente, cualquier objeto puede producir un universo y devorar otro, impasiblemente, como la gorda carcelera que se abría al flaquísimo prisionero Giancarlo Giannini en una vieja película cuyo nombre olvidé. De esta pequeña enumeración de heterogeneidades, sólo se deduce el carácter común de lo espantoso, y un pequeño misterio final.
Una lúcida postulación de sentidos propondría una esperanza de órdenes de la realidad, pero no los hay. La realidad es caótica, aunque no explote todo el tiempo, y sólo en las operaciones de la inteligencia se encuentra esa satisfacción y consuelo (en este punto no importa cuán idiota se considere uno; pensar es organizar). Después, también está el amor, gran productor de sentido. Pero, ¿quién puede amar en estos tiempos tan difíciles?