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regateos

Un poco de silencio

De vez en cuando se habla (o se escribe) sobre la polución auditiva; los ruidos, vamos, el estrépito de nuestras ciudades, pero andando el tiempo mucha pelota no se le da. Una lástima, porque habría que estudiar a fondo el tema.

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De vez en cuando se habla (o se escribe) sobre la polución auditiva; los ruidos, vamos, el estrépito de nuestras ciudades, pero andando el tiempo mucha pelota no se le da. Una lástima, porque habría que estudiar a fondo el tema. Tenemos los oídos percudidos de tanto alarido, tanto vocerío, tanta música indeseable, tanto estrépito, tanto bochinche, tanto batifondo, tanto griterío, tanto fragor y estruendo, y lo siento pero no encuentro más sinónimos. ¿Que por qué me preocupa? Porque el silencio es saludable. En el silencio se lee: los libros reclaman el rito del silencio. En el silencio se ama porque llega un momento en el que las palabras ni hacen falta ni existen para ese instante preciso y precioso. En el silencio allá en lo hondo se gesta una nueva vida. En el silencio surge una melodía que con suerte y más silencio se va a convertir en una sinfonía. En el silencio aparece una escena (cuatro mujeres de blanco en una habitación tapizada de granate, Ingmar Bergman dixit) que ha de ser una película genial. En el silencio se pinta un cuadro. En el silencio coinciden los términos de una nueva teoría. En el silencio se toman las grandes decisiones. “El silencio grita” a veces, y se comprende así todo lo que una se ha negado a oír.

Pero nos lo regatean. En el supermercado, en el taxi, en la sala de espera de lo del dentista, en la calle (¡y no te digo nada con los camiones carnavalescos al servicio de las campañas de los candidatos!), en el café, en el restaurante, en el banco, sí, en el banco, en la ferretería, en la farmacia, en la rotisería y en la mercería te matan con la cumbia o la salsa o cualquier tralalá que al dueño o la dueña del almacén, oficina o lo que sea, te pone al servicio de tus orejas “así usté no se aburre, ¿vio?”. Señor, no me aburro, digo, lo que quiero es un poco de silencio, digo. Me miran como si yo fuera un monstruo de dos cabezas. Tal vez lo sea. En una de ésas todos y todas tienen razón y lo mejor es cubrirse la cabeza con el manto del tralalá y no oír nada más que eso. No oír la voz del propio cuerpo, no oír la voz del mundo, no oír, no pensar, no saber, no oír, no oír, no querer saber.

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