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Un repliegue al abrigo

Preocupado por el avance de la derecha eurofóbica, David Cameron repliega al Reino Unido cada vez más sobre sí mismo y se niega a avanzar en la construcción europea.

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El pórtico verbal de las charlas entre ingleses suele ser una alusión al tiempo reinante, seguida (o precedida) de alguna referencia a la salud o a las travesuras de sus perros. La meteorología allí es tan importante que se acaba de anunciar la instalación de una computadora de 120 millones de dólares que podrá hacer 140 billones de cálculos por segundo y dar pronósticos de alta confiabilidad. ¡Esta máquina verá el futuro (atmosférico)! No hay, por ahora, ningún proyecto consistente en disparar una segunda salva hacia un artefacto análogo para predecir las tendencias del electorado británico, limitación tecnológica que permite la supervivencia de líderes imaginativos y de muchos columnistas.

Quizá sea por esa ausencia de pronóstico certero sobre su futuro y el de su gobierno que, en vísperas de una elección parlamentaria –el 20 de noviembre–, el primer ministro David Cameron se indignó hasta el sofoco, durante una conferencia de prensa en Bruselas, y dijo que Gran Bretaña no pagará la suma de 2 mil millones de euros que le reclama la UE como suplemento a su cuota de contribución anual, con un perentorio plazo de vencimiento (1º de diciembre). “¡No voy a pagar esa cuenta!”, exclamó Cameron. Muchos recordaron a la señora Thatcher, quien, dirigiéndose a sus pares en la Comisión Europea, en la capital de Bélgica, profirió en alta voz un: “¡Devuelvan nuestro dinero!”. Otros pensaron que tanto Thatcher como Cameron refutaron a Ryszard Kapuscinski, cuando escribió que “un hombre no empuña un hacha para proteger su cartera, sino en defensa de su dignidad”. Distintos especímenes humanos.

El monto que Cameron se niega a pagar surge de la incorporación al cálculo del PBI del Reino Unido de actividades con valor económico hasta ahora no computadas, como la prostitución, la venta de drogas y la actividad económica “en negro”. Los perpetuos pasillos de Bruselas guardan las rarezas de la metodología utilizada para obtener esos datos, pero lo cierto es que Cameron no puede ufanarse del crecimiento del PBI de su país (“gracias a nuestro programa económico, la recuperación ha tomado ritmo”) y al mismo tiempo negarse a asumir las consecuencias presupuestarias que lo obligan a pagar lo que determinan las reglas de la Unión, que ajustan las cuotas de cada país según la marcha general de su economía.

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Al retobarse contra la Comisión Europea, el conservador Cameron busca evitar un avance del partido independentista y eurofóbico UKIP, que promete dar un batacazo en la elección del 20. Pero su deseo de evitar que el partido anti UE saque ventaja en el muy corto plazo lo hace entrar en una contradicción nociva, ya que choca contra su pregonada voluntad de convocar un referéndum en 2017 sobre la permanencia del Reino Unido en la UE, enrolándose él y su gobierno entre quienes consideran que el resultado debe ser a favor del sí. Y la contradicción se transforma en tendencia a cambiar su posición (y la de su partido), si se suma a este infrecuente episodio de ira declarada la antipática negativa de su gobierno a seguir prestando asistencia humanitaria –bajo el formato de búsqueda y rescate y con participación de unidades de su marina de guerra– a los inmigrantes que cruzan en balsas el Mediterráneo buscando una supervivencia que Africa no les consiente, aquejados como están del sentimentalismo de desear comer.

Ayer, 1º de noviembre, terminó la vigencia del programa Mare Nostrum (ulterior a la tragedia de Lampedusa), mediante el cual la marina italiana contribuyó a salvar a más de 150 mil personas de morir como náufragos. A partir de ahora, queda activado un programa reducido, Operación Tritón, gobernado por Frontex, la agencia europea de fronteras, que no incluye acciones de búsqueda y rescate sino que se reduce a patrullar aguas a 30 millas de la costa de Italia. Al querer justificar la no participación del Reino Unido, una ministra dijo en la Cámara de los Lores que el gobierno británico estima que ese tipo de operaciones es un estímulo para que más inmigrantes se arriesguen a intentar llegar a las costas de Europa.

Justin Welby, arzobispo de Canterbury, decretó al respecto: “No debemos demonizar a los inmigrantes”. Afirmación que contrasta con lo expresado por el ministro de Defensa, señor Fallon, quien afirmó que “las ciudades de Gran Bretaña están inundadas de inmigrantes”.

A todo ello se suma la negativa británica a aceptar la introducción en su legislación de un “paquete” de leyes comunitarias; entre ellas una, importante, sobre validez de las órdenes de arresto emitidas en otros países de la Unión. Y a la reticencia de Londres, muy grave por afectar una piedra basal de la Unión, a aplicar en el Reino Unido el principio de la plena libertad de movimiento de los trabajadores, hoy vigente en toda la comunidad. En todos estos temas, para nada menores, Bruselas registra la áspera negativa británica a amoldarse tanto a los criterios de los demás 27 miembros como a las decisiones de la Comisión.

Al decir “no” a iniciativas humanitarias que repercuten especialmente en el sur de Europa y en la cuenca del Mediterráneo (incluye siete Estados de la Unión), Gran Bretaña envía mensajes claros de su desinterés en asumir costos y responsabilidades que no son “primordiales” para su gobierno. Al proclamar de manera clamorosa su negativa a pagar, exhibe la falta de flexibilidad que devendrá inexorable cuando tenga que sentarse a negociar en la mesa que infaliblemente le tenderán la burocracia y la cúpula política de la Unión.

Seguramente, este episodio se superará, pero quedará en la conciencia de los otros líderes europeos el rastro; no dejarán de tomar nota de una postura del Reino Unido que puede ser una señal adicional, de las muchas que provienen de Londres, que delata el brote de una tendencia de repliegue de los británicos hacia el interior de la ciudadela insular y atlántica, sumada a la creciente falta de fe entre sus dirigentes en la posibilidad de armonizar y adaptar las peculiares y venerables instituciones construidas por británicos para británicos, a libretos políticos, jurídicos y económicos que abarcan una realidad rica y compleja que supera los límites de una sola expresión cultural e histórico-social, por rancia que ella pudiere ser.