Durante los últimos treinta años, Santiago Nieto aplicó en Ecuador, la noche anterior a las elecciones, una encuesta legendaria por su precisión. Este año el estudio arrojó una sorpresa: a pocas horas de votar, un 38% de ecuatorianos todavía no había decidido a qué candidato apoyaría.
El estudio coincidió con los resultados: dijo que Moreno estaba a una distancia menor al margen de error para conseguir el 40% y que la distancia que le separaba de Lasso era de aproximadamente diez puntos, condiciones ambas que podían evitar la segunda vuelta. Esos números decían que las campañas no habían levantado ningún entusiasmo y eso explicaba la enorme indecisión.
Veamos qué pasó con los candidatos más importantes, con información objetiva. Teóricamente una campaña es buena cuando logra que las cifras acerca de la imagen del candidato y de su opción electoral se muevan de manera positiva.
Fue pobre la campaña de Lenin Moreno, el candidato del gobierno. A lo largo de los años, la gente evaluó bien la gestión de Correa, pero se irritó con su estilo violento y autoritario. Lenin Moreno es una persona educada, afable, comprometida con causas sensibles, que pudo obtener un triunfo contundente si se presentaba como es en la realidad, pero participó de una campaña violenta, agresiva, del gobierno contra los opositores.
Se hizo una campaña sucia de una magnitud nunca vista y ocurrió lo que hemos dicho siempre: ese tipo de campaña sólo hace daño a los propios autores. Moreno, en vez de diferenciarse, apareció con un discurso duro, que daba la impresión de que si ganaba seguirían gobernando los mismos políticos violentos que han dividido al país los últimos doce años.
En cifras concretas, entre agosto del 2016 y el día de las elecciones, Moreno perdió alrededor de diez puntos en todas las variables importantes. Apareció poco, su actuación fue deslucida y estuvo opacada por la hiperactividad negativa del gobierno.
Pasó a la segunda vuelta Guillermo Lasso, ex ministro de Economía, persona preparada y honesta. Su campaña fue larga y gris. En cuatro años creció apenas unos cuatro puntos en las distintas variables que miden la imagen. Al final subió un poco porque algunos creyeron que era el único que podía pasar a la segunda vuelta.
Las cifras estuvieron demasiado ajustadas. Cuando en la noche de los escrutinios se apagaron los canales de televisión, parecía seguro que habría una segunda vuelta, pero al siguiente día Moreno apareció al borde del 40%. El Tribunal Electoral, controlado por el gobierno, demoró en comunicar los resultados finales, dando la impresión de que organizaba un fraude. Mucha gente salió a las calles a protestar y bastantes que rechazaban a Lasso se pusieron de su lado.
Salió tercera Cynthia Viteri, una mujer que pudo ganar las elecciones con relativa facilidad. Preparada, con una imagen agradable, tenía una biografía interesante. Cuando adolescente fue madre soltera, trabajó de cajera en un supermercado al que concurría con su hija a cuestas en una bicicleta. Estudió, se graduó de abogada, se hizo a sí misma. Tenía la típica biografía que si se comunica bien puede llevar al triunfo. Desgraciadamente su campaña fue desastrosa, sus cifras subieron un promedio de dos puntos en un año. Cometió el mismo error que Josefina Vázquez Mota que se presentó en México hace cuatro años, como una dirigente agresiva, violenta, dedicada a atacar. Josefina llegó a decir que tenía más pantalones que los hombres. Cuando las candidatas mujeres se comportan como machos alfa pierden, porque para el votante machista, no habrá una mujer que lo convenza más que un hombre.
El país afronta una segunda vuelta con dos candidatos que tienen una base poco entusiasta. El voto va a ser eminentemente negativo. Pocos nuevos votantes se decidirán a favor, serán más los que voten en contra. Ganará el que controle mejor su Síndrome de Hubris: la gente demanda menos iluminados que se creen geniales y más seres humanos capaces de dialogar y liderar un cambio.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.