Por qué “2016/Modelo para armar”? Es el efecto Manes, le dije. Paso a explicarme: el título obviamente alude al de la novela de Cortázar: 62/Modelo para armar. Más que una novela es un experimento, y el germen de ese experimento está en el capítulo 62 de Rayuela. Ahí se le ocurrió a Don Julio imaginar una historia cuya trama y personajes hicieran evidentes que no son más que los efectos de la química del cerebro. Claro que el resultado –la novela en cuestión– obliga al lector a armar el modelo, darle un sentido a lo que parece inconexo o, peor aún, como se le atribuye haber pensado a Morelli en el 62: “Los actores parecerían insanos o totalmente idiotas”.
Ahora lo entiendo. Lo que usted quiere decir es que, por ejemplo, si queremos entender lo que pasó en 2016, no tenemos que buscar razones políticas, causas psicológicas o planes económicos. Que todo es una cuestión de química cerebral, como diría Manes –que es parte del asunto, además–.
Por ejemplo, algunos gestos del presidente Macri, que parecieron dignos de un autócrata populista, hechos en nombre de una forma auténticamente republicana de gobernar, seguro tienen otro significado. Son parte de un experimento con el cual nosotros tenemos que armar un modelo. Me refiero a haber querido nombrar por decreto a los jueces de la CSJN, o cambiar por decreto, no sólo leyes sancionadas durante la era K, sino la del blanqueo, que sancionaron los propios a partir de un proyecto del mismo PEN.
Mejor ejemplo para la misma idea es el tarifazo sobre el consumo de energía, hecho por un supuesto experto. Si se lo interpreta con las vetustas categorías de la gestión política, parece designio de una quinta columna camuflada en la estructura ministerial. Pero nada de eso, es otro experimento, cuyo resultado es que ahora nos parezca que el aumento fue poco o nada. ¿Y acaso después de lo de nombrar los jueces de la Corte por decreto, los peronismos parlamentarios no se avinieron al diálogo y acordaron con el Gobierno un número importante de leyes estratégicas?
Entonces la cosa funciona. Hay un maná escondido en esos y otros procesos y decisiones del Gobierno, que nos llega como llovido del cielo –incluso al Gobierno le llueve del cielo–. El analista que no se da cuenta de que la clave es la química del cerebro ve como contradictorias las políticas del Banco Central y las del Palacio de Hacienda. Peor son aquellos que quieren reducirla a un problema de “egos”. Eso es psicología barata –y no vale decir que, precisamente, no hay química entre los respectivos caciques, eso es tomarse el raje montado sobre una metáfora–.
Pero si esto vale para lo que parecen errores o ensayos fallidos, también vale para los éxitos. Veamos lo que pasa con la mentada reforma política: si el Congreso no la aprueba, tenemos una bandera de campaña; si la aprueba, también. Es fácil darse cuenta de que estamos ante la genialidad de un príncipe machiavelliano, o simplemente ante los efectos del ácido ribonucleico, usted elija.
Y otras cuantas cosas muy importantes: 1) el Congreso Nacional ahora es parte del Gobierno, y el Ejecutivo no tiene más remedio que bancársela; 2) los jueces federales se sienten abandonados, según se dice en los mentideros, porque no tienen a nadie del Gobierno con quien hablar –y ya sabemos qué le pasa a cualquiera que juegue a operar allí: se lo lleva puesto el Lilita, que es un huracán temido y conocido; 3) como el Gobierno no puede ganar la calle y el plan antipiquetes de la Pato Bulrich no anduvo, tenemos un gran acuerdo con obra social incluida para los trabajadores informales, lo que está muy bien en sí mismo; 4) el grueso de los planes sociales de la gestión anterior continúan, incluso engordados –parece que la herencia no era después de todo tan pesada, al menos en esta materia–.
Al final habrá que darle la derecha a Macri –bueno, eso ya tiene, digamos mejor la izquierda–. Es que cuenta con Manes de su lado, es decir la clave química de todo. Conoce el experimento que está haciendo –nosotros en general no–. Lo que tenemos que hacer es armar el modelo que más nos contente para explicarnos, en los viejos términos de la política, lo que es de otro orden. Igualito que en la novela de Cortázar.
*Filósofo.