¿Cuántas veces más la revista Gente va a titular, sin problemas, “Estalló el verano”? También es costumbre en estos semanarios elegir literatura para leer en el verano junto con las insoportables listas de los mejores libros del año. Yo, en una columna anterior, recomendé la lectura de un libro de poesía finito e intenso, que se puede llevar en un reverso de la valija sin problemas. Lo podría haber recomendado también en invierno.
Estoy a favor de un verano que estalle sin olvidarse de la metafísica. El libro anterior era La Casa de la niebla, de Elena Anníbali, el que voy a recomendar ahora es también de poemas, es también magro en páginas, pero poderoso en contenido. Se llama Velorio y velodromo y es de la poeta Mariana López.
¿Qué me impacta de estos libros? En principio que esquivan la retórica habitual de los libros de poemas post noventa. Cuando los leo, parece que estuviera leyendo poesía nueva pero centrada en un contenido clásico. Es decir que es nueva sin ser novedosa, sin ser falsamente joven.
El libro de Mariana López pasa de la respiración de la prosa a la de los versos cortos sin problemas. Habla de mirar cuadros, de pasear, de contar cierta enfermedad de un ser querido, del amor y el sexo. “Los chicos nacen con sal en la cabeza/los chicos que nacen sin sal/el policía duda de su profesión/la muestra duda de los cuadros”.
Estos hermosos pequeños preludios eliotianos están desperdigados por todo el libro. Hay también sonido y furia.