Completa 2016 Mauricio Macri con una certeza triunfal. Y dos dilemas. Del primer tema, no habla, se reserva; sobre el dúo de dilemas, en cambio, dirá que el número es superior, tal el desgaste que en un año padeció su físico y apariencia citando tres intervenciones menores: la rodilla, la improcedencia cardíaca y la operación en las cuerdas vocales para resucitar, como antaño, a Freddie Mercuri. Aunque, todos saben, difícilmente vuelva a esa imitación: en su momento, en una fiesta, casi se ahoga por tragarse el bigote postizo, un final de Guinness entre el ridículo y el drama. Para el Presidente, esas advertencias que manifiesta su cuerpo son somatizaciones de otras complejidades. De ahí su búsqueda por vivir mejor, liberarse de presiones, recomendar una práctica de placeres mundanos a quienes lo acompañan, disfrutar él mismo de su familia, instalarse en un campo de golf provincial más de un weekend, jugar al fútbol en Los Abrojos (aunque sea un solo tiempo) y colaborar con su esposa para comprar un cuadro que vista su vivienda (dicen que a ella la atrapa el gigantismo de un cotizado mendocino, Hofman, quien vende su obra por metro cuadrado).
Aunque no se mencione, hay una carta favorable y contundente si su fracción política debe enfrentar a Cristina de Kirchner en los comicios de medio término de 2017: las presentaciones juradas de los dos mandatarios. Nunca Macri podrá igualar a su antecesora en crecimiento patrimonial en el ejercicio del cargo. Se supone, claro. Al margen de las bromas sobre la fortuna eventual de la arquitecta egipcia en sus orígenes, o al presunto tesoro de la abogada exitosa antes de acceder a la Casa Rosada, lo que ha impresionado de ella es la fenomenal evolución de sus activos como funcionaria presidencial, el tiempo que le consagró con su marido a esa tarea de Rockefeller, de la cual más de un especialista tributario sostendrá que no registra antecedentes. Un récord, no sólo en el país.
Y esos números multiplicados se podrán comparar con la liquidación final que ofrecerá Macri ante la AFIP después de un año de mandato, en el cual las mejoras a su riqueza deberían ser en los porcentajes nítidamente opuestas, menores, a su antecesora. Le van a servir para hacer campaña. Si bien el Ejecutivo aparece tildado por sociedades de otros tiempos en el exterior, inclusive por progresos económicos de parientes y amigos, quienes lo votaron a presidente lo distinguieron como una figura moralmente distinta a la administración Kirchner. Ahora, en la confrontación de los procesos patrimoniales en el poder, esa diferencia se puede confirmar con más plenitud, quizás le otorga consistencia a una decisión clave que la ciudadanía produjo el año pasado. Al menos, para el haber de aquellos oficialistas que viven obsesionados y temerosos por los resultados electorales venideros, no vaya a ser que se les desmorone un edificio antes de construirlo.
Tal vez la intención sea convertir a Massa en un Scioli de Cristina, y crear una polarización
Dilemas. Sin embargo, y aquí destella el primer dilema, si la elegida como rival es la viuda de Néstor, ¿cuál es la razón para demoler a Massa, destruirlo sin testigos si fuera posible, protagonizando el propio Macri la campaña con imputaciones que no suele registrar en su vocabulario (ventajero, impostor)? Sabiendo, además, que Massa no dispone de confianza en el electorado. Esa relación amor-odio de Macri no deriva de la maltrecha ley sobre Ganancias en la que Massa brotó como eje opositor sin explicarse aún la causa por la cual toda la oposición, inclusive los que odian a Massa, participaron a su lado en la conjura legislativa. Hay epidemias imprevisibles en política.
Sólo la incompetencia justifica el invento de Massa como referente opositor cuando ni siquiera mide, según Duran Barba, en el continente bonaerense. Cuesta entender, aun cuando se trate de un simulacro: ya alguna vez Alfonsín pergeñó algo semejante con Carlos Menem, mejor no recordar la sorpresa. También, como entonces el riojano, Massa le ha servido al Gobierno, mucho más a María Eugenia Vidal, para atravesar con razonable parsimonia este 2016. Eso sí, a un costo sideral, según Macri. Tal vez, infiere más de uno, el propósito del Presidente sea convertir a Massa en un Scioli de Cristina, y que los comicios del año próximo reflejen una polarización semejante a la de un plebiscito: peronismo versus Cambiemos. Pero no suele ocurrir en las legislativas.
A este dilema conjetural de la política, habría que añadirle otro, económico: la esterilidad técnica que genera la rigidez monetaria –con altas y prolongadas tasas de interés– contra un desborde del gasto fiscal que, ahora, el mismo Gobierno ha empezado a calificar de inaudito como si no fuera responsable del derroche. El BCRA, creyéndose la Corte Suprema, no le presta al Estado pero habilita que otras entidades lo hagan (Banco Nación, por ejemplo) y duerme tranquilo el fin de año: supone que el l,5% inflacionario del trimestre se extenderá el año próximo. Debe confiar que la fiesta de gastos del Gobierno, pagar al contado, por anticipado y sin garantías, no afectará el proceso, sea para las organizaciones sociales del Papa que pretenden regentear obras sociales como los sindicatos (los cuales ya facturaron cuotas atrasadas que les negaba Cristina y hasta les normalizaron el flujo de esos ingresos), o facilidades generosas para empresarios del bioetanol, jubilados nuevos y viejos, seguros emprendedores en energías renovables con subsidios implícitos u obras cuya urgencia resulta cuestionable (soterramiento del Sarmiento).
La lista de ocurrencias parece interminable, por no mencionar lo que el Gobierno evitó emprolijar o cortar, ya que esa tarea no se le asignó a nadie, como si no hubieran mirado el presupuesto. Y eso que hay 22 ministros, el primer indicio de que nadie pretendía ahorrar.