Ya existía ese fenómeno discursivo: el que produce un traspaso directo entre el delirio y la consigna, el que permite saltar bruscamente del sinsentido total a la cristalización de sentidos fijos. La fraseología opaca se combina raramente con la engañosa transparencia de las formulaciones más simples y contundentes.
Ya existía, de igual forma, un empleo reductivo y más bien ramplón de esa noción por lo demás tan importante: la noción de libertad. Desde hace tiempo se la viene usando con un previo vaciamiento por el cual se la homologa apenas con el mero capricho personal o con la intención de habitar en el mundo como si los demás no existieran. Los violentos, que por cierto abundan, la emplean como coartada para su rabiosa agresividad.
Yo no creo que las palabras existan solo para entenderse, también existen para pelear
Ya existía, por otra parte, una legitimación general del insulto del desaforado (hay incluso programas de televisión que consisten básicamente en eso: en que el animador o la animadora miren fijamente a cámara y empiecen a repartir insultos a granel). Yo no creo que las palabras existan solo para entenderse, también existen para pelear; pero el hábito ya enteramente admitido del desencajarse en agravios suprime aun esa alternativa: la de confrontar, disputar, trabar conflictos, luchar con las palabras. El sacado puteador solo ofrece su descarga biliar en un show al que se pliega un conjunto de otros sacados.
En el contexto de este estado de cosas, aparece uno que se declara nuevo, distinto de lo que ya había. Pero ¿en qué consiste esa novedad, presunta o verdadera, aparente o sustancial? ¿No es acaso una aceleración, una intensificación, una puesta al límite de formas en verdad preexistentes? Por eso los que más se perturban y no saben qué hacer con Milei (¿incorporarse? ¿Incorporarlo? ¿Atacarlo? ¿Dejar de hablar de él?) son los que transitaban esas mismas prácticas, solo que sin decidirse o sin poder llegar tan lejos como él lo hace.