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Una agenda para la gente común

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Pareció evidente, a lo largo de este año electoral, que la sociedad estaba demandando un país tranquilo y “normal” –como lo prometieron durante las campañas todos los candidatos presidenciales–. El traspaso del mando no se acercó a ese ideal, aunque finalmente todo se desarrolló sin sobresaltos –pero sin la presencia de la presidenta saliente–. No demasiado normal ni tranquilo.

Pero las cosas son como son, si algo sabemos los argentinos, es aquello de “conformarse con lo que hay”, y desde ayer entramos a una nueva etapa política. Las expectativas siguen con signo positivo. La Argentina va a lograr una mejor sintonía con el mundo y sobre todo con el entorno regional, donde los populismos que se realimentaron recíprocamente durante década y media están en retroceso. A lo largo y ancho del planeta se siguen recogiendo las ya muy conocidas señales de escepticismo que siempre despertamos como país, pero también se recoge una mirada de simpatía y buena voluntad despertada por el gobierno que acaba de asumir. Tal vez esta  vez… estos argentinos que lo tienen todo y todo lo desaprovechan.
El flamante gobierno del presidente Mauricio Macri enfrenta un arco de problemas a resolver tan vasto y complejo que resulta difícil siquiera enumerarlo. Las expectativas que genera se distribuyen a lo largo de ese amplio espectro; las hay para todos los gustos. Ayer, durante la asunción, la calle más bien parecía de fiesta. Mañana comenzaremos a escuchar demandas, protestas y reclamos de toda índole. El nuevo gobierno no es peronista ni tampoco radical; eso a algunos observadores los puede tranquilizar, a otros nos parece irrelevante, pero lo cierto es que está ante una oportunidad de gobernar con todos. Macri lo enunció ayer como un eje central de lo que se propone hacer. Como todos no pueden estar de acuerdo en la mayor parte de las cosas, se entiende que se trata de  buscar acuerdos y de negociar decisiones. Es el “pragmatismo” que él mismo reivindicó durante su campaña. Tal vez se lo proponga y tal vez lo consiga. Tanto él como los gobernadores de la Ciudad y de la provincia de Buenos Aires –el trío del nuevo poder político– han formado sus gabinetes con personas de distinta extracción política. Del mismo modo, tal vez, si se lo propone, pueda bajar un poco el tono de sainete que envuelve a la política argentina.

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Sabemos que esta vez no se votó respaldando programas macroeconómicos ni detrás de grandes temas. Esto es, el voto representó un mandato de confianza a los elegidos para hacer lo que les parece mejor frente a esos grandes problemas que todos los argentinos reconocemos. En cambio, sí se votó detrás de demandas más puntuales. Una lectura posible es que millones de personas sienten que hay un déficit en la calidad de la vida cotidiana –sin perjuicio de los obvios déficits en los planos macro–. Macri tiene todo para orientar a su gobierno a pensar más en la gente y en los asuntos de todos los días. Si lo logra, ésa podrá ser una fuente decisiva de legitimación, del mismo modo que Kirchner la obtuvo con la reducción del desempleo, Menem con el control de la inflación y Alfonsín con la restauración de la democracia –que eran todos temas “macro”–. Veredas más limpias, calles por donde se pueda circular cuando llueve, hospitales que funcionen, barrios que los vecinos quieren preservar, seguridad en serio, respeto (frente a los trapitos, o las barras bravas, o los funcionarios prepotentes) y tantas cosas más. Se puede, como lo demuestran el Metrobus (un logro del mismo Macri) o la reforma del sistema de documentación personal (un logro del ex ministro Randazzo) o muchas otras cosas.

El presidente Macri está ante una oportunidad extraordinaria para hacer de la Argentina un país mejor para la vida cotidiana. Ojalá consiga mejorar los indicadores macroeconómicas. Pero es el momento de encarar una agenda para la gente.

 

*Sociólogo.