Miguel Angel Russo duda de su continuidad y también lo hacen dirigentes e hinchas de Boca. Los más optimistas dicen que si sus dirigidos le ganan al Milan, se queda. Los que dicen saberlo todo afirman que el ciclo será historia cuando termine la Copa Mundial de Clubes, la gane o no.
Con Russo, Boca hizo un estupendo Clausura 2007. Terminó segundo del San Lorenzo de Ramón Díaz, con un punto más de los que logró Lanús en el torneo siguiente, que ganó. Fue Campeón de América y, si bien el cuarto puesto del Apertura 2007 no da para grandes festejos, tampoco es una posición despreciable.
Del equipo que derrotó en la final de la Libertadores al Gremio, no está Riquelme, gestor fundamental de la hazaña. Nunca un Boca Campeón de América dependió tanto de un jugador. Todas las dudas que genera el Riquelme de la Selección se disipan cuando Román juega para Boca, en el ámbito local o sudamericano. En ese primer semestre, Riquelme hizo una diferencia brutal, sobre todo en los partidos que definieron la historia, como contra Cúcuta en Buenos Aires –la noche de la neblina– o como contra Gremio, en el Olímpico de Porto Alegre. O sea, segunda semifinal y partido final de vuelta. Esta dependencia de Riquelme hace que no se le reconozca a Russo la participación en el logro que se le notó tantas veces a Carlos Bianchi. Sin embargo, antes que Miguel, sólo dos entrenadores habían sido campeones de América con Boca. Ya nombramos a Bianchi, el otro fue Juan Carlos Lorenzo.
Pero Mauricio Macri ganó las elecciones y Riquelme se fue. Estoy convencido de que ambas cosas estuvieron vinculadas. Porque todo ese esfuerzo puesto en enero para traer al 10 no se hizo a mitad de año, cuando ya el presidente de Boca era el jefe de Gobierno electo de la Ciudad de Buenos Aires.
Más allá de estas miserias, Russo pidió a Leandro Gracián para suceder a Riquelme. El fútbol es una apuesta y, valiéndose de los antecedentes, el técnico había elegido bien. No hay muchos enganches y Gracián era una buena opción. Pero no resultó y se le cargó al entrenador en el debe. Russo terminó poniendo un 4-4-2 muy ofensivo en el que el ex Vélez no tiene lugar. Le dio una chance importante contra Arsenal a fines de noviembre, en la tarde en la que Boca quedó fuera de la pelea por el título. A Russo le cargaron el haber “modificado un esquema que venía bien”. Al iniciarse el segundo tiempo de ese partido, Russo hizo tres cambios. Uno, obviamente, fue la salida de Gracián. Y, en lo colectivo, marcó el regreso –ahora definitivo– del 4-4-2.
Justamente esa tarde, clave en esta historia reciente de Boca, el reemplazante de Gracián fue Fabián Vargas, desechado por Russo primero y vuelto a tener en cuenta en estos últimos meses. Fue tan buena la respuesta del colombiano que terminó como titular en el debut de la Copa Mundial. El problema es que, al igual que en aquella semifinal copera de 2004 contra River, lo expulsaron. Ahora, frente al Milan, Russo recurrirá al uruguayo Alvaro González. Gracián seguirá en el banco. El técnico prefiere mantener el dibujo de mejor rendimiento, sobre todo, porque llegó el partido más esperado del año.
La llegada (y titularidad) de Caranta, el debut y afirmación en Primera de Banega, la continuidad de Neri Cardozo (con rendimientos excelentes), el mencionado resurgimiento de Vargas y la formación de un equipo ofensivo y veloz son méritos que nadie podrá quitarle a Miguel Angel Russo. Tampoco se sacará de encima fácilmente el poco tacto que tuvo en la salida de Bobadilla, en el fracaso de Gracián, la fragilidad defensiva (encarnada sobre todo por Maidana) y la escasa variedad de atacantes. En este último punto, parece que entre Palermo y Palacio y los demás –Boselli, Bueno, etc.– hay una distancia kilométrica que Russo no redujo.
Estas cuestiones son sólo algunas de las que Miguel se estará jugando cuando Boca enfrente al Milan. Tal vez su puesto no dependa del resultado, pero sí su futuro profesional. De ser Campeón Intercontinental, Russo será un entrenador con chapa hasta para conducir la Selección argentina. Si no, los buitres de siempre lo despedazarán.
Pero también existe la posibilidad de que Russo se vaya, aun ganándole al cuadro de Kaká y Maldini. Jamás lo va a decir porque es un gran tipo (y no declama códigos que incumple todo el tiempo), pero Miguel tiene la horrible y fundada sospecha de que los dirigentes de Boca tomaron contacto con otros entrenadores en los últimos meses. Se habló de Bianchi, de Cagna y de Guillermo Barros Schelotto. Russo piensa como pensaban nuestros abuelos, “cuando el río suena, agua trae”. Está convencido de que estas charlas son algo más que trascendidos periodísticos y lo conversó con su círculo íntimo.
Este tema, por ahora, está oculto detrás del partido contra el Milan y porque el tándem Macri-Pompilio consiguió que no hubiera acto eleccionario.
Pero mañana, cuando la pelota se mueva en Yokohama, todo esto esperará.
Como debe ser, ahí lo más importante será que gane Boca.