Según la interpretación corriente, en La alegoría de la primavera (1477-78) de Sandro Botticelli, Venus está en el centro del cuadro. Sobre ella, su hijo Cupido dispara a tontas y a locas flechas contra las Tres Gracias (Voluptas, Cástitas y Pulchritudo), mientras Mercurio se entretiene cortando naranjas o mandarinas (en cuyo nombre clásico, medica mala, se adivina a los Médici). A la izquierda de Venus, una pequeña escena narrativa que muestra a la ninfa Cloris perseguida por Céfiro, dios del viento y responsable de su transformación, más adelante, en Flora (la del traje muy ornamentado).
Una interpretación semejante quiere subrayar (alegóricamente) el rompimiento con la pintura cristiana medieval mediante la elección de un tema completamente pagano: eso sería el humanismo renacentista.
Hace muy pocos años (pero no tantos como para que el mundo no se haya dado por enterado), Giovanni Reale propuso otra lectura (Le nozze nascoste o La Primavera di Sandro Botticelli, 2007). Según su teoría, el cuadro representa las bodas entre Mercurio y Filología, como las narró Martianus Capella, un erudito cartaginés, en su célebre tratado De nuptiis Philologiae et Mercurii (c480) que, pese a su paganismo, fue de lectura obligada a lo largo de toda la Edad Media.
Mercurio (el dios del comercio, de la comunicación y la hermenéutica de los sueños) al no poder casarse ni con la petulante Sofía (Sabiduría), la drogada Mántica (Manto, la hija de Tiresias, también ella adivina) o la aérea Psique (el alma) se desposa con Filología (la del centro del cuadro), mortal de curiosidad insaciable que pasa las noches estudiando. El Divino Furore empuja a Poesía en brazos de Retórica (la de traje ornamentado).
Esta lección es más interesante: explica la supervivencia de unas imágenes a lo largo de mil años y subraya la importancia del sistema educativo (la materialidad textual) en las transformaciones culturales.