COLUMNISTAS
asuntos internos

Una búsqueda disparatada

Todo buen crítico o periodista cultural debería dejar en claro, de manera explícita o implícita, desde qué lugar escribe o comenta un libro.

Tomas150
|

Todo buen crítico o periodista cultural debería dejar en claro, de manera explícita o implícita, desde qué lugar escribe o comenta un libro. En este sentido, resulta ejemplar el comienzo de la reseña que el escritor Jordi Carrión publicó hace un tiempo en el diario ABC sobre el libro de cuentos La fe ciega de Gustavo Nielsen. El artículo empezaba con una declaración de principios: “La posición del lector es fundamental: de ella depende todo. Mi posición tiene coordenadas previamente delimitadas, que cuentan no obstante con un margen de flexibilidad, el necesario para ajustarse a una perspectiva que permita enfocar la cartografía propuesta por el otro creador, el autor del libro que se está leyendo. Mis coordenadas se podrían resumir así: la literatura que me interesa construye herramientas de conocimiento, es exigente con el lenguaje y se plantea como un a priori fundacional la consecución de lo nuevo”.

Más aún si, como en este caso, el autor del libro a comentar es un amigo. Conocí a Hernán Brienza (Buenos Aires, 1971) en la redacción del viejo diario PERFIL, en 1998. Los dos trabajábamos en la sección Policiales de aquel diario. El venía con alguna experiencia previa y paseaba por los pasillos su eterna figura de antihéroe: era un tipo que ya hacía gala de cierta erudición libresca y de una notable porción de saber barrial. En los pocos meses que duró aquella aventura editorial, Brienza se hizo tiempo para escribir un ejemplo de lo que debe ser cualquier gran nota periodística: la noche que se coló en la morgue y vio el cadáver de Alfredo Yabrán. Diez años atrás, Brienza no había publicado libros: hoy tiene más de una decena. El último se llama Los buscadores del Santo Grial en la Argentina.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

No creo que Jorge Lanata acierte, al escribir en el prólogo del libro, que el tono de Brienza “evoca las novelas de aventuras de Osvaldo Soriano o Jorge Fernández Díaz”. Básicamente porque lo atractivo de este relato disparatado es que las teorías y los personajes que desfilan en él son reales. Brienza no es escritor, es periodista, y lo que aquí construye es la crónica (o la anticrónica, para ser más precisos) de una persecución: la de una historia que se resiste a ser contada, por lo inverosímil de sus argumentos, y por el fastidio de un cronista que a mitad de camino decide abandonar la búsqueda. Se trata del origen y el peregrinar (¿mítico, legendario, histórico?) del Santo Grial, el cáliz que Jesucristo utilizó en la Ultima Cena y donde José de Arimatea recogió su sangre al ser crucificado (que, según algunas hipótesis, podría estar escondido en algún rincón de la Argentina).

Brienza descree de sus fuentes, es seducido por su ayudante en la investigación, a quien convierte en personaje, se refugia en el conocimiento enciclopédico por sobre el trabajo de campo, que lo agota. Por momentos el libro se torna farragoso, al reproducir las divagaciones esotéricas que desde hace siglos se tejen alrededor del Santo Grial. Pero cada vez que se pone a narrar, la historia levanta vuelo una vez más. Tal vez su punto más alto esté en la construcción elegida para contar esta historia, fragmentaria y digresiva: Brienza incorpora aquí de buena manera las formas del discurso tecnológico (el chat, el msn, los mails), ya ensayadas por otros autores en obras de ficción, pero no explotadas en todo su potencial, hasta ahora, por la crónica periodística.