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ECONOMISTA DE LA SEMANA

Una calma tensa con problemas estructurales

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El Gobierno consiguió desde septiembre del año pasado que, finalmente, la evolución diaria de las reservas y la cotización informal del dólar dejasen de ser el tema y el foco de atención del mercado, los medios y la opinión pública. Luego el evento Nisman y ahora una larga carrera electoral de resultado incierto hicieron y hacen lo propio para que la economía siga en un rol secundario. Asimismo, algunos indicadores relacionados con el consumo (ventas minoristas, construcción, confianza del consumidor) transmiten la idea de una leve mejoría de las condiciones macro. Todo parece jugarle a favor al Gobierno, para que pueda llegar a las elecciones de octubre sin tener que enfrentar grandes complicaciones ni modificar sus políticas y en condiciones óptimas para sus candidatos.  Pero, mientras tanto, como lo dijimos en nuestra anterior columna en PERFIL (http://www.perfil.com/columnistas/Y-mientras-tanto--la-macro-urde-su-venganza-20150207-0027.html), la macro urde su venganza, y lo hace a medida que pasa el tiempo con mayor ahínco.

Precisamente por ello, la calma cambiaria y financiera de los últimos meses no deja de ser tensa. Es que se trata de una calma que está “atada con alambre”. Que no está construida sobre la base de políticas consistentes y sustentables; sino que se basa fundamentalmente en la expectativa de que pronto habrá otras políticas y no en lo bueno que son las políticas actuales. Y no hay que esforzarse demasiado para encontrar ejemplos de por qué estas políticas son malas. Tenemos una de las inflaciones más altas del mundo, incluso tomando como válidos los datos del Indec nos ubicamos en el cuarto lugar del ranking mundial (cuartos entre 188 países). Más allá de lo acontecido en el verano, la economía hace varios años que está estancada sin crecer: el nivel de actividad es hoy similar al que había a comienzos de 2011 mientras la producción industrial está aún peor y ostenta niveles similares a los de inicios de 2010.  La pobreza, lejos de caer, aumenta; y la quimera de resolver sus consecuencias estructurales vía redistribución de ingresos encuentra los límites de financiar un desequilibrio fiscal récord y de una distorsión de precios relativos también pocas veces vista en la historia argentina. Y a todo esto debemos sumarle las consecuencias duraderas que tendrá un escenario internacional definitivamente menos favorable producto del superdólar (aunque tuvimos algún alivio en las últimas semanas) sobre el crecimiento, los flujos de comercio y las monedas del mundo emergente y sobre los precios de nuestros productos de exportación.

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No es cuestión de discutir en abstracto si el atraso cambiario es una buena o es una mala política. O si el financiamiento del déficit fiscal a través del BCRA es preferible al endeudamiento (aunque ahora el Gobierno parece “preferir” ambas cosas). O si el cepo está bien o está mal, y hay que unificar y flotar cuanto antes, o si hay que seguir con “esquemas de administración de reservas”. Los resultados hablan por sí solos y están a la vista.  El Gobierno se esfuerza por mantener todo como está sin importarle demasiado sus consecuencias.  Algunas declaraciones del ministro de Economía, que por lo general tiende a negar la existencia de problemas, reflejan su preocupación por evitar que alguna dinámica le arruine sus intenciones. El último ejemplo en ese sentido fueron sus dichos acerca de los topes que deberían observarse en materia de aumentos salariales en las próximas negociaciones colectivas. Está claro que quiere aferrarse a su política de atraso cambiario, pero no quiere que el atraso se pase del umbral a partir del cual se cobre como víctima al empleo.  Algo cada vez más difícil de lograr en los sectores productores de bienes exportables que atraviesan fuertes dificultades producto de la caída de los precios y de la demanda de sus productos (sobre todo muchas economías regionales y sectores que comercian con Brasil y otras economías emergentes vecinas).  

La tensa calma cambiaria y financiera no debería distraernos de la inviabilidad del populismo económico y de las políticas con las que se despide el gobierno de Cristina Fernández. Y por ello habrá que cambiarlas. No es una cuestión ideológica.  Son sus resultados los que ponen de manifiesto que estas políticas no son viables. Como ha sido bien documentado por numerosos economistas latinoamericanos (entre otros, notablemente, Sebastian Edwards), no hay experiencia populista que no haya tenido un período, muchas veces muy corto y otras pocas veces más largo, de resultados extraordinarios y mayoritario apoyo popular. Como tampoco hay alguna experiencia populista que no termine en circunstancias similares a las de Argentina 2015.  La corrección de los desequilibrios macroeconómicos y de las distorsiones de precios relativos es una condición necesaria para que Argentina vuelva a crecer de manera sustentable con estabilidad nominal. Pero atención que no es sólo una necesidad.  Porque de no mediar un cambio de políticas proactivo, el populismo igual deberá dejar su lugar a otras políticas que permitan corregir sus desaguisados.  

La incertidumbre no es entonces acerca de si habrá un cambio de política económica o no. La incertidumbre está en el momento, la forma y los actores de ese cambio de política económica. Está bastante claro que no habrá un cambio proactivo en lo que queda de esta gestión. De haber una corrección macro sería porque las cosas pasan y no porque el Gobierno la desee. Las dificultades de la economía real, los excedentes de pesos, las encuestas y las PASO pondrán a prueba las intenciones del Gobierno durante el invierno y la primavera.  Mientras tanto, se generarán expectativas de qué haría tal o cual presidenciable en el caso en que le tocase lidiar con la herencia que le dejará este gobierno. Por el momento no es mucho lo que se dice y tal vez ninguno de ellos desee hacer demasiadas precisiones. Pero atención, los grados de libertad para hacer cosas con los que asumirá el próximo presidente dependerán crucialmente del mandato con el cual gane las elecciones. Subestimar los desequilibrios macro y el esfuerzo que requerirá su necesaria corrección puede llevar a que el próximo presidente gane las elecciones con un mandato de continuidad o cambio gradual. En tal caso, la corrección macro podría demorarse algún tiempo. Pero, como dijimos antes, no es una cuestión ideológica. Sin un cambio profundo de política económica, los resultados seguirán siendo desalentadores. La corrección macro no dejará, por arte de una elección, de ser necesaria e inexorable.
 
*Twitter: @luissecco