La toma y suspensión de clases en el Colegio Nacional de Buenos Aires como reacción ante una medida que no los involucra directamente y la posterior destrucción por parte de alumnos del CNBA de piezas que componen el patrimonio histórico de la iglesia de San Ignacio de Loyola suscitaron en autoridades de la institución y ex alumnos consultados por la prensa palabras de preocupación que pueden leerse como un alerta sobre la decadencia del centenario colegio.
El caos y la pérdida de clases de por sí constituyen elementos que comúnmente se asocian a la situación de buena parte de los colegios secundarios públicos de Capital, escuelas entre las cuales el CNBA solía ser visto como excepcional. Una amenaza para la institución es la posibilidad de generar una imagen negativa del CNBA a los ojos de los potenciales ingresantes, que podría influir sobre la cantidad de aspirantes a entrar en los años siguientes y socavar así las posibilidades de seleccionar, entre un conjunto convenientemente amplio, a los más entrenados para realizar la muy fiscalizada y exigente instancia del ingreso.
La decadencia tendría que ver en este caso con la pérdida del prestigio de la institución, prestigio que reside en buena medida en su reclutamiento. Pero la continuidad del CNBA como “colegio de elite” reposa también en la relación con su pasado, en el diálogo con la tradición en que se inscribe y en un trabajo continuo de producción individual y colectiva.
Esa escuela pública, fundada por Bartolomé Mitre en 1863, ha reclutado entre fines del siglo XIX y la década del 30 a una población diversa, mayoritariamente de origen inmigratorio, perfil que en los años sucesivos iría acotando su heterogeneidad social. En ese sentido se fue construyendo década tras década un paisaje de capas medias, un universo alterado excepcionalmente por la presencia de hijos de hogares muy ricos o, por el contrario, muy modestos.
El del CNBA fue un espacio socializador eficaz en cuanto a su función de construir identidades sociales, establecer sentidos de pertenencia y proveer recursos culturales posibilitadores de un desempeño “exitoso” en ciertos contextos. En ese proceso de socialización parece haber sido decisiva la transmisión de un relato que no sin ambigüedades y tensiones ha mostrado a egresados que parecen haber aprendido a apreciar ciertos saberes educativos, el valor del esfuerzo y de la honorabilidad. Esos valores han rubricado la pertenencia a una tradición, la ilustrada y laica pero básicamente tolerante, en la que la movilidad social ha sido una prenda a perseguir. Esos rasgos han marcado por su parte un límite respecto de una sociedad vivida como un “afuera” en términos estéticos y morales.
En su libro Son memorias, Tulio Halperin Donghi recorre un episodio ocurrido en sus años de estudiante en el que alumnos y profesores dieron muestra de la complicidad que los ligaba, en ocasión de la llegada de una “autoridad intrusa” que venía a amenazar “el orgulloso legado” del que todos se sentían depositarios.
Hoy día no es tan seguro que el modelo que el Colegio propone no sea el descripto por el historiador Christophe Charle en La república de los universitarios: “La meritocracia consiste en el acceso a los lugares que ya no les interesan a los hijos de las grandes familias”. Tampoco es tan claro que el Colegio sea actualmente la instancia que ayuda a traspasar a una proporción preponderante de alumnos lo que los sociólogos franceses Pierre Bourdieu y Monique de Saint Martin han denominado “la gran puerta”: las carreras más prestigiosas de la alta administración, la industria, la banca y las profesiones liberales.
En toda institución de elite siempre ha sido una pequeña porción de su alumnado la que con sus logros profesionales ha contribuido a mantener su prestigio. Pero el futuro de una institución meritocrática como el CNBA, sobre el que la sociedad actual no ofrece garantías, está ligado, como ha manifestado Charle, “al acuerdo entre alumnos, padres, docentes, ex alumnos y personalidades públicas preocupadas por la institución que puedan hacer prevalecer una cierta autonomía en los valores”. Mantener cierta idea del mundo contra la sociedad global: una idea de justicia, de tolerancia y de esfuerzo intelectual, el “orgulloso legado” al que alude en su libro (no es posible saber si con ironía o no) el ex alumno Halperin.
*Doctora en Ciencias Sociales (UBA). Autora del libro El Colegio. La formación de una elite meritocrática en el Nacional Buenos Aires (Sudamericana).