El lunes 22 de abril, en el inicio de un ciclo de entrevistas con público en el que soy entrevistador, mi primer invitado fue Rodolfo Terragno.
Es un hombre estudioso de la política cuyo pensamiento sobre la realidad nacional sigo desde que interviene en la cosa pública con sus escritos y labores gubernamentales. Me recordaba que su ingreso a la política había sido en realidad tardío ya que su presencia en el gobierno de Alfonsín ocurrió a los cuarenta y cuatro años. Terragno decía que había quienes morían si no se dedicaban a la política, vivían para ella, y que no era su caso. Estos últimos tiempos los dedica a preparar un informe para la OEA sobre el estado de la democracia en varios países del continente como Uruguay, Ecuador y México. De nuestro diálogo quisiera subrayar lo siguiente.
Respecto de mi primera pregunta acerca de si iba a ser candidato en estas próximas elecciones, contestó que no. No lo haría porque su idea no es juntar o sumarse a postulantes para armar coaliciones o alianzas contra el Gobierno sino pensar un proyecto nacional en el que se fijan prioridades y objetivos, y una estrategia para llevarlos a cabo, y en ese caso sí tendría sentido construir una alternativa al poder actual.
Terragno encuentra en la oposición muchos que insisten en que lo más urgente en estos días es ofrecer una salida electoral a un momento extremadamente grave que no deja tiempo para detenerse en planes de largo plazo. Escucha de parte de muchos políticos que en realidad cualquier cosa es mejor que esto que estamos viviendo.
Una aseveración de esta índole la considera sumamente peligrosa ya que no hace más que evocarle situaciones semejantes por él vividas en las que una alarma generalizada, un clima de pánico que se extiende geométricamente, termina mal, muy mal. Una oposición formada sobre la base de lo que Terragno llama “consenso negativo”, que sabe lo que no quiere pero poca idea tiene de lo que efectivamente quiere, y en caso de tenerla no sabe cómo instrumentarla, una vez en el gobierno, fracasa. Terragno ha tenido experiencia al respecto.
Por otra parte, afirmó que la democracia argentina necesitaba reconstruir un sistema bipartidista como el que había tenido en otra época. Piensa que dos partidos fuertes son un reaseguro para la estabilidad institucional de la república.
De no existir este equilibrio entre dos grandes partidos, se corre el riesgo político de hegemonías sin contrapeso ni control que ponen en peligro el marco republicano y no permiten los consensos.
Considera que el parlamentarismo no es necesariamente una solución mágica. No cree que de acuerdo a la cultura política nacional la ciudadanía y la dirigencia acepten de buen grado alianzas políticas como la que se ven en otros países, en los que comparten un mismo espacio político izquierdas y derechas, socialistas y conservadores.
Estimo que respecto del primer punto su observación es cierta. Hay sectores de la oposición que crean esta atmósfera alarmista, y cuando digo oposición no me refiero sólo a grupos políticos sino también mediáticos, que se han sumado al clima de confrontación extrema que inició este gobierno en marzo de 2008.
Hoy las expresiones de violencia verbal, diagnósticos tenebrosos y producción irresponsable de escenarios sombríos, y el horizonte de un desenlace incierto en lo institucional, se multiplican en ambos frentes electorales.
Con la presidencia de Cristina Fernández y la intervención del ex presidente Kirchner, en lugar de mejorar la calidad institucional, tal lo prometido en la campaña, la arruinaron, la degradaron y la siguen degradando cada día.
En una Argentina en la que predomina una opinión pública fanatizada, todo aquel que llama la atención sobre las consecuencias de un estado de ánimo colectivo así configurado es inmediatamente reenviado a uno de los bandos, acusado de complicidad embozada. Por ser grave, esta política de trincheras no es nueva; por el contrario, es vieja y repetida.
La vimos en los setenta, para no volver más atrás, y la hemos visto después.
El “esto no da para más” es una costumbre bien arraigada en la clase dirigente argentina y en todos aquellos que le hacen resonancia. Los augurios terminales son nuestra especialidad y las autoprofecías que se cumplen siempre tienen sus lloronas y llorones a destiempo.
Luego sí, un nuevo monumento a la memoria.
Respecto del bipartidismo, le dije a Terragno que desde mi punto de vista la historia no se repite. Con un pan se hacen migas, pero con las migas no se hornea un pan. Una vez que un sistema bipartidista se cae, no se reconstruye. Esto mismo sucedería en los países en que aún este esquema subsiste.
En otros países como Brasil y Uruguay, la ausencia de bipartidismo no es obstáculo para una democracia republicana. La aparición de una tercera opción como la del Frente Amplio en el Uruguay, por el contrario, la ha fortalecido.
Terragno respondió que no quería hacer de la cuestión un problema semántico, lo que me hace pensar que insistirá en reconstruir un gran partido radical y que ve en Cobos –supongo yo– un buen aglutinador en este momento.
En otra parte de nuestro diálogo-entrevista, le pregunté cómo se le había ocurrido a Alfonsín nombrar en el año 1987 en el Ministerio de Obras y Servicios Públicos a alguien que conocía por un libro, un periodista que vivía en Inglaterra, un profesional que nunca había tenido una función pública, y darle el ministerio a cargo de toda la infraestructura del país, una fortaleza corporativa por donde chorreaba el gigantesco gasto estatal, la bomba succionadora del dinero recaudado, el motor inflacionario, el lugar en donde los gremios con la mayor de las furias defendían sus intereses y en el que corporaciones poderosas y burocracias indomables manejaban toda la escala de decisiones de ese imperio estatal. Una cueva en la que se refugiaba la corrupción.
Además, le pedí que me dijera cómo se había atrevido a aceptarlo. Su respuesta fue breve: era un desafío intelectual. Quise saber si tenía un equipo, me dijo que por suerte (?) no.
Son muchos los que piensan que si el proyecto de Terragno de crear en el Estado empresas mixtas y terminar con los monopolios de servicios se hubiera llevado a cabo, podría haberse evitado el llamado desguace de las empresas públicas y las privatizaciones corruptas del siguiente gobierno.
Todos recordamos cómo el Partido Justicialista, de la mano de Eduardo Menem, hacía de esa cuestión un tema de traición a la patria y de honor nacional. Pero más allá de eso, deberíamos plantearnos algunas cuestiones.
Gobernar un país es algo serio. Administrar la cosa pública es un tema delicado. La improvisación se paga muy cara. Una oposición que se ofrezca como alternativa también debería pensar en eso. No hay tiempo para aprender un oficio desde el poder.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).