Nada de lo que se diga o escriba aquí o allá es vinculante con la elección a presidente de la AFA del próximo jueves. No existe una ley electoral que habilite o restrinja el tiempo para expresarse al respecto y todo lo que manifestemos es irrelevante. Todo. Lo único que importa es lo que decidan 75 señores; 75 señores que, mejores o peores, más o menos serios, conocedores del deporte o meros barras con traje, preparados o cuasi analfabetos –los hay de todo tipo–, deciden el destino de la conducción de un producto que consumimos decenas de millones de argentinos. Y que pagamos todos.
Nosotros, desde los ciudadanos de a pie hasta el presidente electo, tuvimos nuestro último momento de influencia institucional –por derecha, quiero decir– cuando votamos para elegir las autoridades que manejan los clubes de los que somos socios. Si es que somos socios. Y si es que, como socios, decidimos votar para elegir esas autoridades.
Podríamos, entonces, tachar el número 75 y, más generosos, escribir la cifra de personas que, calculamos, por haber votado en sus clubes, pueden considerarse algo responsables de lo que vaya a suceder en la AFA (no se lo vayan a creer, por favor). Sería improcedente aportar un número siquiera aproximado para el total de los votos emitidos para elegir a los responsables de esas 75 entidades. Por cierto, ni siquiera tengo registro de que en todas haya elecciones. No, al menos, con más de una lista. Para tener una idea de la dimensión del voto calificado que se expresa alrededor del fútbol bastan los números de las últimas elecciones en Boca Juniors y en River Plate. Sumando los que votaron en la ocasión en que Angelici derrotó a Amor Ameal (2011) y los que lo hicieron en la elección ganada por D’Onofrio (2013) apenas superan los 40 mil. Ni siquiera lo suficiente para llenar la Bombonera o el Monumental.
De todos modos, es caprichoso e inadecuado contemplar esas cifras. No es verdad ni por asomo que quienes entrarán en el cuarto oscuro o levantarán su mano el próximo jueves vayan a hacerlo en auténtico mandato de la voluntad de los socios. Quienes se juntan en la AFA se consideran, mayormente, miembros de una cofradía sin estatuto ni límites. Como algunos gobernadores, como muchos intendentes y como una gran cantidad de dirigentes de otras federaciones deportivas, muchos de ellos se creen seriamente con derecho a eternizarse en sus cargos tanto o más que la reina Isabel II o el papa Francisco. Finalmente, no necesitan más legitimación que la de sus colegas; es decir, la de ellos mismos.
Queda en claro, entonces, que en nada influye y poco importa lo que usted o yo pensemos al respecto. Manifestarse a favor de Segura o de Tinelli es un derecho adquirido tan auténtico como irrelevante. Sin embargo, al menos en cuanto a lo mediático, hay matices.
Podés dar a conocer números que, asegurás, son fehacientes –aunque des cifras distintas de un día para el otro– porque querés demostrar que tenés toda la data, como si a nosotros, cronistas de las pelotas, nos fuesen a decir la verdad los congresales que ni siquiera merecen confianza de sus pares candidateados.
Podés sumarte al bando de los operadores que no pueden desaprovechar esta semana única en la que se elegirían presidentes en la AFA y en la Boca. Nada de lucro cesante: los premios pueden ir desde dinero ensobrado hasta un par de entradas para los próximos partidos de las eliminatorias, pasando por un camperón barra con escudito y todo. Eso sí: o te vendés a los dos bandos –aunque parezcan burros, algunos se la rebuscan para manejar el asunto– o corrés el riesgo de quedar colgado del pincel.
O podés manifestarte harto de lo que se vive en el fútbol argentino y, aun a riesgo de que te acusen de estar pago por éste o aquél, decir, lisa y llanamente, lo que pensás.
Venimos de una experiencia peculiar con la segunda vuelta del último domingo. Los argentinos no sólo elegimos entre dos candidatos, sino que gran parte de los mensajes previos remitieron a elegir entre dos personas irreales. Pese a que ambos aspirantes llevaban años al frente de diversas gestiones, nos presentaron el asunto entre dos proyectos hipotéticos. Por la positiva o por la negativa, nos pasamos hablando de dos personas que harían infinidad de cosas que no eran precisamente las que hicieron en sus distritos.
En este caso, elijo prescindir de lo que me dicen que hará cada uno. Entre otras cosas, porque gran parte de quienes decidirán la elección ya son parte de este fútbol que padecemos.
Entonces, tengo todo el derecho del mundo de pararme en lo que hay y decir si soy feliz con un fútbol sin visitantes –a veces, tampoco locales–, con hegemonía barra, con arcas rotas, financiado casi exclusivamente por el Estado, inverosímil en su organización deportiva, improvisado en su gestión, arcaico en su visión del negocio, elefantiásico en su estructura. De verdad, me repugna. Como hincha, ya no como periodista, estoy harto de no poder ir a ver el partido que se me antoja sólo porque la dirigencia se apoltrona en la responsabilidad de los gobiernos a quienes, torpemente, acusan de permitir o prohibir: nadie con el culo limpio debería dejar que un intendente, un gobernador o un presidente decida qué se juega, cómo y a qué hora.
Quiero dar un ejemplo que, por favor, no se tome como un caso único. Es sólo un ejemplo que grafica el todo. Hasta el más modesto de los equipos de Primera D debe pagar una cantidad de pelotas oficiales por partido. He llegado a ver gracias a un precioso informe que realizó Andrés Burgo para TyC Sports cómo los jugadores de un equipo se encargaban en persona de rescatar con un balde una pelota que, después de un remate por encima del travesaño, terminó nadando en el Río Matanza. Lo hacían con el empeño de quien rescata a un bebé en emergencia: sus clubes no tienen plata que permita minimizar la pérdida de una pelota.
La AFA le da a Adidas un beneficio único: que Lionel Messi, su máxima estrella, juegue íntegramente vestido con las tres tiras, ya no con la pipa de Nike que usa Barcelona. ¿Cómo es posible que dentro del acuerdo que tiene nuestro fútbol con la compañía alemana no se contemple algo tan básico como que ningún club deba pagar más por una pelota? Y si no hubiera lugar para negociar, sospecho que habrá un par largo de empresas decididas a hacer ese aporte con tal de poner su nombre y su logo en un producto popular de la dimensión de nuestro fútbol. Desde ya, no creo ni en la negligencia ni en la falta de imaginación. No las hay para montar otros negocios dentro de la misma entidad.
Lo que quiero decir con todo esto es que la elección que se viene no es pareja. Es absolutamente dispar: se enfrenta un señor que es la continuidad de aquello que tenemos con un señor que, mejor o peor, nadie sabe qué es lo que realmente haría con nuestro fútbol. Se pone en duda que Tinelli, tan ocupado con sus menesteres televisivos, vaya a estar de cuerpo presente en la AFA. No sé qué sería peor, si la ausencia de Marcelo o la presencia de algunos de los que siempre están. Al menos, por la elocuencia de los hechos. Del fútbol que tenemos y del que no tenemos.
Disculpen la parcialidad. Pero como considero que mi opinión tiene para la AFA el mismo peso que la de mis perros bóxer, me siento libre para expresar que, aun sin saber cómo será la AFA de Tinelli, no disfruto de la AFA de Segura. Y de ganar, ojalá sea cierto que Segura querrá terminar con los viejos vicios de la AFA de la cual lleva tiempo formando parte sustantiva. Juro que lo celebraré como celebraría cualquier gestión exitosa de quien esté a cargo de nuestro destino. No soy de los que sólo quiere el éxito general si gana mi candidato.
Después, hay variables que no son menores. Entre otras, que la enorme mayoría de quienes votarán por uno o por el otro ha construido y/o avalado este fútbol miserable, transero, ese fútbol en el que no quiero árbitros honestos y capaces sino árbitros que me favorezcan a mí. Un fútbol en el que un asambleísta advierte sobre la posibilidad de cambiar su voto porque el equipo al que representa se sintió afectado por un puñado de fallos en un partido decisivo.
Una porquería.
En consecuencia, o se impone la firme voluntad del puñadito de gente con cabeza abierta y buena fe, o se borocotiza buena parte de la mayoría, o seguiremos como hasta ahora. Algo que, por la pérdida de tiempo nomás, ya representa estar peor que antes.
Finalmente, si alguien cree indecorosa mi postura; si alguno hasta creyera que he sido cooptado por sus dineros, quiero decirles que soy uno de los que más rencor debería guardar por Marcelo: no fue sino por culpa suya que he pasado varios domingos de mi vida tirándome del tiragoma disfrazado de zapallo.