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Una escritora lee a otra

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Sara Gallardo | Cedoc Perfil
En el segundo capítulo de La habitación alemana, de Carla Maliandi, la protagonista lee Enero, de Sara Gallardo, una novela sobre una mujer que, como ella, está embarazada sin haberlo deseado.

Publicada en 1958, la primera novela de Gallardo describe el funcionamiento feudal de la estancia argentina a partir de la violación (entendida como un pecado y un desliz femenino) de la hija adolescente de un puestero. Gallardo es elegante, condescendiente, conoce el campo y usa los lugares comunes del naturalismo para que el relato se cierre sobre sí mismo. Enero tuvo excelentes reseñas. Hoy, la autora integra el corpus de la literatura argentina reeditable y es difícil que se hable mal de su escritura. Hace sesenta años, en cambio, había opiniones adversas. Por ejemplo, Borges, Bioy y Silvina Ocampo, según cuenta Bioy en su Borges. La entrada del 27 de julio de 1959 empieza diciendo: “Todo Buenos Aires, letrado o iletrado, se maravilla con el librito Enero, de Sara Gallardo”. Ocampo lo atribuye a que “trata con seriedad la historia de una persona humilde”. Pero Borges la descuartiza: “No es que a la autora se le ocurre hacer que la heroína cometa errores de razonamiento, sofismas; desde luego, la autora normalmente piensa por medio de sofismas; es la manera natural de desarrollar su pensamiento”. En una entrada de veinte años más tarde, cuando ya Gallardo ha publicado Los galgos, los galgos y Eisejuaz, Borges completa: “Yo quería escribir una Odisea y un Martín Fierro, ahora los jóvenes quieren escribir una novela de Sara Gallardo”. Como venganza anticipada, en Enero hay una familia de malandras, que incluye a unos gemelos repulsivos. Gallardo los bautiza como Los Borges.

La narradora de Maliandi vive en una residencia de estudiantes aunque ella no lo es. Una noche de insomnio baja al comedor y se queda leyendo Enero desde las tres de la mañana hasta después del amanecer. Eso ocurre a principios de agosto en Heidelberg, donde el sol sale a eso de las seis. Pero Enero es una novela muy corta, se lee tranquilamente en una hora y media (lo mismo que La habitación alemana). Ese recuerdo impreciso es una buena metáfora de la relación entre ambas novelas, de cierta nostalgia brumosa que Maliandi exhibe por una época más nítida: la de una infancia en Heidelberg con padre filósofo y exiliado, época de guitarreadas latinoamericanas de la que emerge un discípulo enfermo (tal vez con sida) cuyo novio terminó desaparecido en los setenta y que hoy sigue enseñando a Carlos Astrada, el pensador nacional-heideggeriano. Realidades terribles pero tangibles, más sólidas que un presente en el que todo es mucho más líquido con sus japonesas chifladas, sus turcos bisexuales, sus tucumanos que hacen brujerías a la distancia, sus estudiantes internacionales indistinguibles y huérfanos. No hay nada nítido ni explícito en el rechazo de la autora por el mundo sin fervor de un presente que sólo admite finales ambiguos, pero Maliandi parece evocar la novela de Gallardo como si esa seguridad infalible con la que la escritora describe un mundo rural sórdido, conservador y eterno fuese un horizonte perdido de la literatura, una posibilidad que se ha desvanecido junto con la imaginada y promisoria juventud de su padre en La Plata en el momento en que se publicaba Enero.