“No tengo idea”, contestó Macri, casi como quien se encoge de hombros, frunce la boca, alza las cejas. La frase pertenece o pertenecerá, según creo, a la historia y no a la coyuntura, por eso considero que es preciso volver a ella a medida que van pasando los días. Cada vez se irá apreciando mejor, a mi criterio, la importancia de la respuesta que ofreció el Presidente de la Nación a la periodista norteamericana que lo entrevistaba. Porque la gente, en general, cuando es burra en una materia que le compete, cuando desconoce por completo un tema que se espera que maneje, tiende a encubrir su ignorancia o su desinterés, prefiere disimularlo. Y Macri no. Macri, en cambio, dijo así: “No tengo idea”. Dijo que no le interesaba entrar en el debate, se declaró atento al siglo XXI y despreocupado, por ende, por el siglo XX (del XIX, ni hablar: está relejos).
A pesar de su extrema gravedad, o tal vez en razón de ella misma, el tema de las atrocidades perpetradas por el terrorismo de Estado en la Argentina de los años 70 se presta llamativamente al empleo de frases hechas, esas fórmulas huecas que parecen decir mucho y no están diciendo nada. Y Macri es campeón mundial en ese género, gracias a ese colosal personal trainer que es Jaime Duran Barba: podría haber dicho tenemos que unirnos todos, mirar para adelante, mejorarle la vida a la gente, volver a confiar en nosotros mismos, algún slogan banal de esa índole, y salir elegantemente del paso. Pero no (o no solamente). En vez de eso (o además de eso), dijo así: “No tengo idea”.
Macri comentó alguna vez que, antes de dedicarse a lo que él denomina “esto de la política”, lo único que solía leer de los diarios eran las páginas de deportes y los chistes del final. Es notorio que, por declararse tan devoto del futuro, se considera eximido del conocimiento exhaustivo del pasado (vale decir, con otras palabras, de la historia, que entiendo que no lo ocupa mucho). De manera que la periodista en cuestión debió saber, debió prever la respuesta que se avecinaba. ¿Desaparecidos? ¿Treinta mil? ¿Nueve mil? “No tengo idea”. “No entro en eso”. “No tiene sentido”.
Hay algunos, según noté, que no logran encarar la cuestión sin hacerla pasar exclusivamente por el kirchnerismo (así son los fanáticos, tienden a la fijación monotemática): pretenden que decir “treinta mil” es K y anti K decir “nueve mil”. O pretenden que es kirchnerista negarse a discutir la cifra y antikirchnerista largarse a discutirla por puro gusto. De un lado y del otro de la así llamada grieta hay personas para las cuales el debate parece haber surgido en 2003. Incluso Macri parece haberlo desestimado más que nada por eso.
El Estado argentino desató una represión clandestina e ilegal durante los años 70. En cuanto a la lucha armada revolucionaria, se puede estar en contra en términos generales, o a favor en términos generales; se la puede considerar un error o una aberración en el caso concreto de la Argentina de ese tiempo o se puede argumentar en defensa de semejante opción: existen posturas diversas al respecto, y la discusión lleva ya cincuenta años (no 12, ni 13). Pero el caso es que el Estado argentino lanzó una represión descomunal, represión que descargó mucho más allá de la neutralización de la amenaza armada, y que lo hizo clandestinamente, que lo hizo ilegalmente. Y la clandestinidad y la ilegalidad cobran una gravedad incomparable cuando se trata del Estado nacional, que no es sino la fuerza pública y el agente de la ley.
Es por eso, precisamente, que no contamos con la cifra exacta de desaparecidos: porque el accionar del Estado fue clandestino y fue ilegal, porque nunca se abrieron los archivos, porque nunca se dio la información (que sería muy útil, ahora en el siglo XXI, para hallar a los nietos que siguen secuestrados). La cifra de treinta mil desaparecidos expresa eso, ni más ni menos que eso, y por eso es crucial: porque hay denuncias nunca hechas y hay datos nunca brindados por el Estado nacional. Como Macri es hoy el jefe de Estado, le consultaron por el tema. No se esperaba que diera una cifra, se esperaba que ofreciera una idea. Pero no pudo. El mismo lo dijo, no tiene ninguna.