¿Por qué las buenas personas no votan a la izquierda? Para los cultores de la realpolitik es una pregunta tonta. Pero yo me la hago una y otra vez. Scioli, el ganador de las primarias, acaba de hacer algo digno del Guinness: viajó hasta Italia para pisar el aeropuerto y volver porque, en el territorio que gobierna desde hace mucho, las aguas bajan y suben turbias.
Probablemente va a gobernar el país alguien que durante su mandato ni siquiera pudo terminar con la pobreza, el gatillo fácil, el narcotráfico y la creciente desbocada de los ríos. Millones de personas pobres que están fuera del modelo tratan de salvar lo que les queda en sus casas precarias. Ningún político de la derecha va a hacer algo por ellos. Porque la derecha piensa que así son las cosas. Tengo amigos que son personas extraordinarias, solidarias, generosas. Pero votan a la derecha –los K, Massa, Macri, etc.–. ¿Por qué? Porque la izquierda no logra unirse de una manera definitiva y siempre termina agobiada por su propio sectarismo. De alguna manera, en sus conductas replican algo del metabolismo personalista del capitalismo. Hasta que no tengamos una cultura de izquierda de verdad, nuestro país va a sufrir el flagelo de la pobreza, el individualismo, la corrupción a granel, los famosos de la tele y toda la mar en coche.
Yo sé que hay gente de izquierda que ni siquiera sabe que lo es. Son los anónimos que trabajan en los hospitales del Conurbano, los que enseñan en escuelas precarias, los que hacen solidaridad sin aspavientos. Ningún teatro lleva su nombre, ninguna obra monumental lleva su nombre. ¿Para qué? Esa es la retórica banal del ego que todo lo quiere.
Muchas personas desconocidas entregan sus vidas en función de servicio, sólo para darles amor a los demás. Son, como decía Brecht, los imprescindibles. ¿Llegará alguno de ellos a gobernarnos?