En una secuencia memorable de Underground, Emir Kustirica cuenta el bombardeo nazi a la ex Yugoslavia con una imagen desoladora. En vez de mostrar lo que ya sabemos (las bombas cayendo sobre civiles), Kusturica pone la cámara en un zoológico. Los animales enjaulados, inocentes ya de toda posible inocencia, son las víctimas absurdas, sanguinolentas, de ese bombardeo. Es una imagen que no necesita explicación: me acompañará por siempre.
La batalla que acompaña a la batalla es siempre más visible. La lucha de símbolos puede no servir más que para generar palabras, pero lo cierto es que éstos, como las imágenes, tienen un poder de permanencia, de síntesis que ningún razonamiento puede desenredar.
En tren de limpiar Tecnópolis hemos asistido al desguace de la Plaza de Zamba, el personaje de Paka Paka que vino a querer reinventar la relación de los niños con la historia argentina. Las imágenes del San Martín corpulento y bonachón con las piernas amputadas o de Zamba revolcado en el sucio lodo han dado la vuelta al mundo circular de las redes. De nada sirvieron las explicaciones de que Zamba era una instalación temporaria. Poco convencen los argumentos de que “Zamba estaba podrido por dentro” y de que “quizás” Zamba vuelva a Tecnópolis en otra exhibición. El daño ya está hecho: los ojos niños han visto morir a su héroe, que peleaba por la Independencia o que descubría argentinousarios junto a Florentino Ameghino. Podrían haberse ahorrado la saña con la que arrasaron las figuras que se han ganado un alma legítima en el corazón de los niños, que, como es sabido, son de toda extracción política.
¿Tiene que ver esta saña con el sempiterno intento de borrar lo ideológico del diccionario de los argentinos y los argentinitos? ¿Impondrá el Gobierno en su lugar un museo de otros íconos que no sean niños morochos formoseños de escuelas públicas? ¿Crecerá en el campo yermo que dejaron las topadoras ensañadas una fatal plaza Gaturro?