“El tiempo no tiene nada que ver, cuando se es boludo, se es boludo. / Tengas 20 años o seas abuelo, si sos boludo, sos boludo. / Basta de peleas,
boludos caducos, boludos debutantes, boluditos de la última cosecha: / cuando se es boludo… se es boludo”
Georges Brassens (1921-1981); de la letra de su tema “Le temps ne fait rien à l’affaire” (1961).
Hay boludos vocacionales, boludos clásicos, boludos part time, boludos full time, boludos porque sí, boludos porque no, boludos ricos, boludos pobres, boludos célebres, boludos anónimos, boludos simpáticos, boludos mediáticos, boludos públicos, boludos únicos, boludos de luxe, boludos fatuos y falsos boludos, esos que se hacen los boludos porque –justamente– no son ningunos boludos.
En un país donde se antepone la palabra “no” a la hora de explicar cualquier cosa –por ejemplo: a) “¿Por qué no llamaste?” b) “No, lo que pasa es que…”–, ser o no boludo es un tema esencial. Un tema que nos sitúa ontológicamente frente al mundo.
Hace unos años, cuando un joven Daniel Tognetti le preguntó a Felipe Solá cuál era el secreto para que un político se mantuviera muchos años en el poder, respondió, divertido: “Hay que saber hacerse el boludo”. Ahá… La máxima felipeana tal vez parezca medio boluda, pero tal vez por eso mismo se erigió como un faro, una guía para las nuevas generaciones. Algunos, incluso, elevaron al boludeo ortodoxo hacia las más altas cumbres de la eficiencia. Y allí los vemos: sonriendo en los afiches, asombrosamente boludos, con infinita vocación de poder. ¡Bravo!
En el fútbol, lo boludo suele estar asociado al puesto de arquero: “En el puesto de los boludos yo fui siempre el más vivo”, dijo Hugo Gatti, entre el agravio y la autocrítica. En la historia hubo muchos arqueros boludos, o locos. Incluso los mejores se hicieron cracks a fuerza de digerir una buena dosis de goles boludos. Una escuela infalible a la que se suman los 9 boludos que, boludísimamente tenaces, un día dejan de abollar carteles y se convierten en top scorers, millonarios que filman publicidades de marcas top… y de las otras, ay, si el billete es bueno.
La boludez en otros puestos de la cancha no garpa. Imposible que funcione un 5 boludo; y ni que hablar de un 2 o un 6. ¿Técnicos boludos? ¿Presidentes boludos? Los hay. Su efectividad dependerá del grado de boludez del grupo. Algunos planteles prefieren ser conducidos por uno de los suyos, un boludo importante. Que si los convence y motiva a partir de su propia boludez, todo irá bien y, como les gusta decir, pelearán por cosas importantes. “¡Así de grandes tenemos los huevos nosotrosss, así de grandesss...!”, se enorgullecen. En estos casos, el tamaño sí importa, amiguitos. Huevos grandes. Mucho huevo. Condimento clave en la era de la boludez.
Tener cara de boludo es otra cosa. Hubo y aún hay geniales jugadores que han hecho historia con la 10 en la espalda y un rostro que debería agrandar a los rivales. Pero no: porque sus cerebros están formateados especialmente para este deporte. La boludez no es un hecho estético o subjetivo. La boludez es una forma de vida.
Desencantado, autocrítico, quizás aludiendo por elevación a algún compañero menos comprometido con la causa, el Lobo Ledesma soltó la frase en un vestuario a mitad de camino entre la euforia, la culpa, el alivio, el pudor y la bronca, después de que Argentinos Juniors goleó 4-0 a Crucero del Norte en Misiones. El primer partido sin Claudio Borghi.
“Este triunfo se lo dedicamos al Bichi, que hizo mucho para que estemos acá. Es injusto que la cabeza del técnico sea la primera en rodar. Hoy mejoramos, pero no porque él se fue, sino porque nosotros nos pusimos las pilas y parece que por fin entendimos a qué estamos jugando. Me dolió mucho la salida del Bichi. Los jugadores somos muy boludos. Muy boludos. Y como sabemos que no nos van a echar en medio de un campeonato... Mirá: lo más justo sería que nos echen a nosotros”.
Gran idea la de Ledesma. Sobre todo si se pudiera sumar a ciertos dirigentes y los barras, que por encargo o iniciativa propia juegan su propia guerra privada por plata.
Bichi Borghi, un prócer, el futbolista más deslumbrante surgido de la cantera después de Maradona, campeón como jugador y técnico, renunció entre gritos, insultos, amenazas y burlas, después de redondear una triste campaña con Riquelme y un plantel que envidian muchos clubes de Primera: 4 ganados, 3 empatados y 6 perdidos; 11 goles en contra y sólo 6 a favor en 13 partidos. ¿Cómo en dos tiempos pudieron meter más del 70% de los goles convertidos a lo largo de 1.170 minutos de infinita crisis? Ah, misterio.
¿Cuán boludos pueden ser los futbolistas, según la descarnada confesión de Ledesma? ¿Necesitan, como los de Boca, sacarse de encima a una figura que tal vez los inhiba, los cargue de presión? ¿Confiesan así, involuntariamente, sus propias limitaciones? ¿Hay malicia, eso que llaman “hacerle la cama al técnico”: jugar mal, echarlo y explotar al siguiente partido como un equipo con alma de repuesto? ¿Es verosímil esa clase de “acuerdo” entre stars, juveniles, titulares y suplentes? Mmm…
Borghi, furioso, apuntó contra la dirigencia que, luego de la partida de Segura a la AFA, quedó a la deriva, pedaleando en el aire. “Me fui llorando porque yo tengo un sentimiento por el club y quería que saliera adelante”, dijo, y todo aquel que lo conozca sabe que dice la verdad. Estos jugadores, abrumados por la responsabilidad, distraídos o muy boludos, lo dejaron fatalmente expuesto. Qué pena.
Perder gente valiosa como Borghi es otro síntoma de profunda boludez. Deberían crear otro de esos premios nativos tan solemnes y oficiales para la especialidad. Porque todo es cultura, ¿no? Así después, perplejos, furiosos, resignados o entibiados por ese otro sol, nos la pasamos discutiendo en los medios.
De boludeces, claro. Eso que tanto nos divierte.