Desde el 28 de mayo y hasta el 13 de junio se desarrolla la Feria del Libro de Madrid, lo que suele disparar una serie de artículos en la prensa española sobre la salud y los cambios en el epicentro de la industria editorial en lengua castellana (que rige indirectamente los destinos de buena parte de la producción y circulación de libros en América latina). Así, se supo la semana pasada que durante el primer trimestre de 2010 la venta de libros cayó un 10 por ciento en España con respecto al año anterior. También, que por primera vez la gente que visite la feria podrá comprar libros electrónicos, lo que hasta ahora estaba prohibido. Al mismo tiempo, el diario El País publicó un artículo donde, haciéndose eco del entusiasmo de los directivos de los grandes sellos (entusiasmo que tiene mucho de gesto reflejo, por el terror que genera entre sus ejecutivos la posibilidad de que la piratería afecte su negocio como lo hizo con la industria de la música y el cine), anunciaba el lanzamiento de Libranda, la primera gran plataforma digital de venta de libros en español (conformada por Planeta, Random House y Santillana). Libranda será, básicamente, el espacio virtual desde donde los sellos permitirán comprar y descargar los títulos de sus catálogos, prescindiendo en el corto plazo de los distribuidores y las imprentas y (aunque lo nieguen rotundamente) en un mediano plazo de los propios libreros.
No se entiende muy bien qué lleva al autor de la nota a afirmar cosas como que “está claro que el mundo editorial ha aprendido de los errores de otras industrias culturales”; o que “editores y libreros ven al libro con salud y pujanza como para convivir con los retos del futuro”; y: “el panorama para los escritores cambia a mejor; si antes se llevaban el 10 por ciento del precio final por derechos de autor, ahora su retribución quedará en torno al 20 o 25% del precio neto final en el mundo digital”. Porque si las dos primeras sentencias parecen más expresiones de deseo que datos objetivos de la realidad, la tercera es más que discutible. El porcentaje de los autores crecerá al menos dos veces, sí, pero el precio de los títulos electrónicos caerá, para empezar, al menos un 30 por ciento, lo que no marcará grandes cambios en los márgenes de ganancia.
Lo que queda claro, en cualquier caso, es que la industria del libro y todos los agentes involucrados en ella (escritores, editores, lectores, libreros) están experimentando la transformación más importante en siglos. Para intentar entenderla y prever o imaginar algunas de sus consecuencias acaba de aparecer un breve ensayo tan sencillo como clarificador: Metamorfosis de la lectura, del catalán Román Gubern. Se trata de una historia de los libros y la lectura, que va desde los orígenes del lenguaje humano y la escritura hasta la aparición de las computadoras, Internet y el libro electrónico. Gubern pondera, de manera un poco romántica, las virtudes del libro en papel (fetichización del objeto, diseño gráfico, valor sentimental, comodidad, resistencia, autonomía) por sobre los dispositivos de lectura digitales. Y mientras afirma que “el arcaico libro códice multisecular y el novísimo libro electrónico han entrado en legítima competencia”, llega a la misma conclusión a la que han arribado otros estudiosos del tema: que los dos soportes coexistirán durante mucho tiempo. Para la lectura literaria, muchos seguirán prefiriendo el papel. En el universo de los libros de consulta (catálogos, enciclopedias) lo digital se impondrá tan veloz como eficazmente.