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Metegol

Una historia en la que viven personajes

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Mi primer contacto con el proyecto de Metegol lo tuve en un almuerzo que compartimos con Juan José Campanella en septiembre de 2009. Hacía unas pocas semanas que El secreto de sus ojos se había estrenado en los cines argentinos, y ambos teníamos ganas de ponernos a trabajar otra vez.
Juan, de hecho, ya había puesto manos a la obra. A partir del cuento Memorias de un wing derecho, de Roberto Fontanarrosa, había estado trabajando con Gastón Gorali y Axel Kuschevatzky en una primera versión de guión y en un breve piloto que duraba algunos minutos.
Me preguntó si conocía el cuento y le dije que sí. Como tantas historias escritas por el Negro, ésta me parecía estupenda. Pero había algo que me llamaba la atención: el cuento de Fontanarrosa era muy breve, y no tenía una trama demasiado desarrollada. Sí contenía una idea maravillosa: un jugador de metegol –el delantero derecho, para más datos– estaba vivo, era consciente de sí, pensaba y sentía allí, adherido al caño que lo sujetaba a sus dos compañeros y lo tenía desde siempre enfrentado a dos defensores y a un arquero que estaban allí desde la noche de los tiempos. Afuera había un mundo, aunque las noticias que el jugador obtenía de ese mundo siempre eran fragmentarias, difusas e incompletas. Pero repito: no había una “trama” en el cuento. Un devenir narrativo que uno pudiera adaptar, con más o menos fortuna, para convertir la historia en un largometraje animado.
Y ahí radicaba justamente la invitación que Juan tenía para formularme. El guión que habían escrito no los satisfacía. Juan sentía que a la historia “le faltaba fútbol” y confiaba en que yo –que tengo a ese deporte como una de las cosas que más me gustan en la vida– podía tal vez aportarle desde ese punto de vista.
Con esa premisa empezamos a trabajar, conservando algunas cosas de esa primera versión y modificando muchas otras. Entre lo que conservamos están algunos de los personajes más entrañables de la historia: el Capi, el Beto, el Loco, el Liso –todos ellos jugadores del metegol– y Amadeo, un chico que no sabe hacer demasiadas cosas bien en la vida, pero que hace una de manera sublime: jugar al metegol. Los cambios, claro, son más difíciles de enumerar. Sobre todo porque, como suele ocurrir, vienen en cascada. Uno empieza proponiéndose algunas modificaciones, como quien reemplaza en una cadena algunos eslabones y conserva otros. Y, sin embargo, más tarde o más temprano esos eslabones nuevos “trabajan” de un modo distinto a los antiguos, y nos exigen más y más cambios.
Ahora que lo escribo, ahora que lo pienso, se me presentó un desafío parecido al de adaptar mi novela original, cuando trabajamos juntos para El secreto de sus ojos. Algunas acciones de los personajes cambiaban, y mucho, con respecto a la versión inicial. ¿Dónde debía radicar entonces la fidelidad a ese punto de partida? Para mí, esa fidelidad debía situarse en la esencia de los personajes. Si algunas de sus acciones cambiaban, debían acontecerles a las mismas “personas” que yo ya conocía. Aunque, en este caso, varias de esas personas midiesen diez centímetros de alto y fuesen de plomo.
Y ésa es, me parece, una de las claves de la historia que construimos. No es una película pensada “para chicos”. Es una película pensada para que los chicos y los grandes se encuentren con una historia en la que habitan personajes a los que les suceden cosas. Es posible que las lecturas de los chicos y de los grandes difieran, al menos parcialmente. Pero creemos que la esencia de la película está en que encierra una historia. Una historia en la que viven personajes. Y, como viven, esos personajes enfrentan desafíos. Y cuando los enfrentan, necesariamente cambian. Creo que ése es uno de los grandes acuerdos narrativos que compartimos con Campanella. No sé si alguna vez lo hemos hablado, de hecho. Pero creo que así lo sentimos y lo plasmamos.
En ese sentido, las libertades narrativas que nos permite la animación son amplísimas. ¿De qué otra manera podríamos mostrar jugadores de metegol que caminan, saltan, corren y huyen? ¿Jugadores de metegol que ríen, sufren, piensan, sienten y aprenden?
Esa es, creo yo, la gran licencia que nos tomamos. Por lo demás, trabajamos cada diálogo, cada encuentro, cada peripecia y cada reacción de nuestros personajes “por fuera” del sustento tecnológico que nos da la animación. Quiero decir: los desafíos de una trama, los hilos de una historia, son tan complejos en una película con actores como en un filme de animación.
Cuando se apagan las luces del cine, me parece, no importa tanto si la imagen muestra un set con actores en live action o una complejísima elaboración de animación en tres dimensiones. Lo que importa es que la historia nos transporte a su interior y nos devuelva distintos. Si Metegol consigue eso, estamos hechos.

*Escritor. Autor del guión de Metegol.

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