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Asuntos internos

Una lectora ejemplar

16-4-2023-Logo Perfil
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Es bastante común en los Estados Unidos que los ciudadanos hagan prolijos requerimientos para que determinados libros sean quitados de las bibliotecas y las escuelas. Las razones varían, pero en la mayoría de los casos las víctimas suelen ser aquellos volúmenes en los que se describen escenas de sexo, o en los que determinados personajes no cumplen con las normas aspiracionales de la autoproclamada “gente normal”. Por ejemplo, el último año, entre julio de 2022 y junio de 2023, los pedidos de censura en los Estados Unidos ascendieron a 3.362; 1.120 más que los pedidos recibidos entre julio de 2021 y junio de 2022.

La pregunta que se hizo Hannah Natanson, una periodista del Washington Post, fue la misma que se hace cualquiera: ¿quiénes hacen esos pedidos de censura? Pero Hannah Natanson hizo lo que nadie hace, esto es, buscar los nombres de esos ciudadanos intransigentes y con suficiente tiempo libre como para dedicarlo a una tarea tan honorable. Natanson descubrió que el 60% de los pedidos provenían de solamente once personas. Cada uno de ellos había elevado el pedido para que se censuraran centenares de volúmenes. 

Pero entre esos ciudadanos hay una señora que podría considerarse una denunciante serial: se llama Jennifer Petersen, tiene 48 años y es budista. Entre el 1º de mayo de 2022 y el 27 de febrero de 2023 Petersen leyó 73 libros que estaban disponibles en las escuelas públicas de Spotsylvania, en el estado de Virginia, donde ella vive. De los 73 solo se salvaron dos: Petersen elevó los respectivos pedidos para que 71 libros dejaran de ser accesibles para los estudiantes, escribiendo para ello un cuerpo de 434 páginas críticas. Su único criterio para juzgar un texto tiene que ver con aquello que en Virginia se considera sexo explícito. 

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Hasta hace dos años, Petersen no se dedicaba a la crítica literaria, como tampoco estaba al tanto de qué libros se leían en la escuela adonde concurrían sus hijos. Participaba de las reuniones de padres, y se ocupó especialmente, protestando con locuaz irreverencia, por el cierre de las escuelas durante la pandemia primero y luego por la obligación de usar barbijo. Al año siguiente, en una de esas reuniones, escuchó los lamentos de unos padres por la existencia en la biblioteca de la escuela de dos libros. El primero, titulado 33 Snowfish, de un degenerado llamado Adam Rapp, que cuenta la historia de unos adolescentes, entre los que se encuentra una adicta que se prostituye y un niño que intenta escapar de las garras de un tío abusador. El otro era Llámame por tu nombre, de André Aciman, que se centra en un amor gay. Y Jennifer entró en pánico.

Al comienzo se limitaba a leer los pasajes más comprometedores de los libros en las reuniones de padres, para compartir un poco el pánico. Pero la respuesta que obtuvo no fue la esperada. Entonces entró en pánico por segunda vez, y fue entonces cuando decidió dar el gran paso. El 1º de mayo de 2022, Jennifer presentó siete informes, entre los que se encontraba uno sobre Beloved  de la Premio Nobel Toni Morrison. En los catorce meses que siguieron, Jennifer Petersen escribió 64 informes más, que consistían en un resumen de la trama y la transcripción de los pasajes que consideraba inapropiados, lo que hacía un total de 1.335 páginas transcritas, el 5,5% de las 24.172 páginas leídas.

Para algunos Petersen es una fanática que con sus reclamos produjo un gasto enorme de dinero, tiempo y recursos. La directora de las bibliotecas de las escuelas superiores estima que el año pasado ella y otros diez bibliotecarios dedicaron a reclamos de este tipo cuarenta horas extras semanales. Para otros es una heroína: la defienden con convicción. Yo quisiera pertenecer al primer grupo, pero considero una verdadera proeza eso de haber leído 24.172 páginas en poco más de un año.