Ha muerto Zygmunt Bauman. Una de las mentes brillantes de un mundo que él conoció, reveló y criticó como pocos. De un mundo que trastabilla en su andar y del que no alcanzamos a comprender su futuro.
Bauman no era, precisamente, un optimista en relación con la realidad que vivimos en las últimas décadas. Desnudó críticamente el neoliberalismo que dibujó la teoría del derrame, que sostiene que el bienestar y la felicidad de que gozan los ricos es condición para que también, algún día, los disfruten los pobres.
La “treintena opulenta”, como él denominó a los años posteriores a los 80, ha llevado al planeta, sin excepciones, a niveles de concentración de la riqueza y de inequidad jamás vistos en la historia. Pero, además, ha puesto en jaque a las democracias representativas. En un reportaje realizado por El Pais de España, Bauman sentenció: “El poder se ha globalizado pero las políticas son tan locales como antes. La política tiene las manos cortadas. La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas”.
Bauman ha muerto a días de la asunción de Trump. El 20 de enero se viene anunciando como el comienzo de “algo distinto”. No estará para ver como el poderío mundial de los Estados Unidos de Norteamérica quedará en manos de un hombre que es un mago para crear incertidumbres. No estará, Bauman, para ver la dirección que tomará la primera potencia del planeta ante la seria crisis a la que, inevitablemente, marcha el “capitalismo salvaje”.
Nuestros países, sus líderes –me refiero a Latinoamérica– deberán estar más que atentos a estos acontecimientos que marcarán el curso del mundo en las próximas décadas. Deberán analizarlos, debatirlos, porque ésa es su obligación primera. Si lo sabemos, sabremos qué deberemos hacer.
Frente a la monstruosa concentración del capital y su condición de factor “sin fronteras”, que regula inversiones y comercio, los estados, ya se ha dicho, son cada vez más débiles. Ese ha sido un proceso creciente en las últimas décadas, lo que debería habernos llevado a fortalecer nuestros organismos de integración, ya que los países por sí solos, ni gigantes como México y Brasil, en América Latina, pueden hacer frente al poder del capital “sin fronteras”.
Sin embargo, en el caso del Mercosur y de la Comunidad Sudamericana retrocedimos en vez de avanzar. Mercosur es hoy un organismo en crisis. Habrá que sacarlo de esa coyuntura y devolverle el poder de crear caminos posibles para ayudar a los países miembros a emerger de sus locales problemáticas en que están inmersos.
Convertimos a Mercosur y a Unasur en aparatos políticos de coyuntura en vez de fortalecer sus mecanismos de mercados comunes permanentes que nos defiendan del “capital sin fronteras” y nos permitan competir con los grandes actores mundiales.
Brasil y Argentina, esencialmente, sumergidos en sus problemas nacionales, no podrán por sí solos afrontar las tormentas que sin duda generará lo que Bauman y otros pensadores han avizorado hace ya tiempo: el crack de un capitalismo que produce cada vez más pobreza y violencia en el mundo.
*Ex presidente de la Nación.