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Una lucha desigual

A mí, Ricardo Fort no me gusta ni me disgusta: me angustia. ¿Por qué será? Tal vez porque, habiendo reunido y atesorado en su momento la escrupulosa totalidad de los muñequitos de Titanes en el Ring, y habiendo hecho lo propio, ya en el tiempo más actual, con los de la familia Simpson y su entorno, me siento en parte responsable de todo esto que está pasando.

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A mí, Ricardo Fort no me gusta ni me disgusta: me angustia. ¿Por qué será? Tal vez porque, habiendo reunido y atesorado en su momento la escrupulosa totalidad de los muñequitos de Titanes en el Ring, y habiendo hecho lo propio, ya en el tiempo más actual, con los de la familia Simpson y su entorno, me siento en parte responsable de todo esto que está pasando. ¿Me siento? Lo soy. He sido en definitiva financista, muy minoritario pero también muy fervoroso, de la máquina de dinero que engendró al adinerado. ¿A qué se debía, allá en la infancia, mi pasión por los chocolatines Jack? Acaso a que introdujeron en mi vida, antes aún que las figuritas, la noción de colección. Y acaso a que me insinuaron, ya entonces, por ese aspecto de sarcófago en miniatura que tienen, la decisiva idea de que es preciso que algo falte (puro hueco en el chocolate) para que otra cosa aparezca (la “sorpresa”). Luego, con el paso de los años, mi preferencia respondió a la pura gratitud: la gratitud incondicional que siento siempre por todas las cosas que existieron en mi infancia y que perduran. Con el agregado fundamental de que los chocolatines Jack son acaso la única golosina que, además de persistir, mantuvo idéntico su envoltorio (pero ¡madre mía!, ¿no ha dicho alguna vez Ricardo Fort que su función en la empresa familiar se verificaba en el área de packaging? Me angustio, me angustio más).
Hace días, el crítico Osvaldo Quiroga pronunció en televisión un juicio adverso sobre Ricardo Fort. Sabemos que al querido Osvaldo esta clase de fenómenos lo sulfuran de verdad. El nombre de su programa, El refugio de la cultura, expresa hasta qué punto se siente en un mundo hostil. Lo inesperado, por lo tanto, no es que Quiroga haya dicho lo que dijo sino que Fort le haya respondido. Le replicó, en efecto, dando nombre y apellido. ¿Se habrá sobresaltado Quiroga en su casa, al verse identificado, mencionado, señalado? Porque Fort le ha revelado que sabe bien dónde está su refugio. No sale nunca sin su mentón, que lo precede, ni tampoco sin guardaespaldas, que van detrás.