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llantos

Una mujer desilusionada

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Si de veras Gabriela Michetti lloró, habrá entonces que conmoverse. No importa la precisión de si llegó a rodar la lágrima, si apenas alcanzó a asomarle en los ojos o si en cambio se le atascó en la garganta, al igual que las mentiras mal dichas y al igual que las angustias. Toda vez que una mujer llora, lo correcto es conmoverse. No es lo mismo que cuando lloró Cavallo, al descubrir de repente lo mal que lo pasaban los jubilados en la Argentina de aquel tiempo; es decir bajo su propia gestión. Si nuestra derecha política lagrimea no es por exceso de sensibilidad, sino más bien por su falta. De pronto parpadean y ven lo que son, dónde están, lo que hacen, lo que hicieron, y ese mismo parpadeo les humedece las pupilas. Después se les pasa, y siguen.

Parece que Gabriela Michetti lloró, y es porque en PRO la desconsideran. La postergan o se la olvidan, un poco como la olvidamos todos; se diría que su quehacer o su quenohacer predisponen la apercepción. Es la hora de la desilusión, a todas luces. No era esto lo que ella esperaba, era otra cosa. ¿Habrá conseguido así por fin lo que de todo político se pretende, que es que sienta lo mismo que sienten sus votantes?

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Me parece que ahora podemos entender, por gracia de lo retrospectivo, que el desencuentro ya estaba de alguna manera sellado aquella noche festiva en que Mauricio la sacó a bailar. Mauricio Macri, el falso galán, Mauricio Macri el falso Freddie Mercury, la puso a girar en la pista cual un Travolta en sábado por la noche. En PRO imperaban la alegría, las promesas de cambio y la ilusión; pero, si bien se mira, es fácil advertir que el paso en falso ya estaba ahí, el desencuentro también, la mala pareja también.