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¿Una Noruega tropical?

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En el Brasil oficial se vive como si nos hubiésemos transformado en una Noruega tropical, según una feliz ironía de un editorial publicado en O Estado do São Pablo. Estamos todos atónitos con tanto dinero y tantas realizaciones. Basta leer el más reciente artículo presidencial en el Financial Times. La pobreza existía en la época del “estancamiento”. Ahora asistimos al espectáculo del crecimiento sin trabas, eximiendo reformas y desautorizando preocupaciones.

Si a mediados de los 60 se decía que éramos una isla de prosperidad en un mundo en crisis, hoy la retórica oficial nos da la impresión de que somos un mundo de prosperidad y el mundo, una distante isla en crisis.
¿Baja inversión en infraestructura? Ahora, el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) lo resuelve. ¿Temor con el aumento del endeudamiento público y el creciente déficit previsional? Es una preocupación de Europa. Aquí, no. Al final, Dios es brasileño.

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Pero la realidad existe. La prosperidad de unos depende de la de otros en el mundo globalizado. Por más que estemos relativamente bien en comparación con los países de economía más madura, si éstos se estancaran o crecieran a tasas bajas, habrá problemas.
La caída en los precios de las materias primas perjudicará a nuestras exportaciones, gran parte de ellas integradas por commodities.

La ausencia de crecimiento complicará la solución de los desequilibrios monetarios y fiscales de los países ricos, y eso significará menos recursos disponibles para el Brasil en el mercado financiero global.
No debemos ser pesimistas, pero no podemos entusiasmarnos con ensoñaciones casi infantiles, que nos distraen de la discusión de los verdaderos desafíos del país. Infelizmente, estamos dando vueltas con las distracciones. Una canción de alabanza a nuestra grandeza, una pavorosa falta de realismo.

Abordamos la vieja tesis de Brasil y el poder, sin mirar atrás; nos proponemos dar un salto sin saber qué recursos: tren bala de costes desconocidos; formación geológica submarina donde parecen acumularse enormes reservas de petróleo y gas natural, sin atención al impacto del desastre en el Golfo de México en los futuros costes de extracción del crudo; la capitalización de Petrobras con proporciones gigantescas, propósitos inciertos y tamaño impredecible.
Todo grandioso. Se habla mucho de lo que se hace. Y lo que se hace es gracias a transferencias masivas del bolsillo de los contribuyentes a la caja de las grandes empresas amigas del Estado, por medio de empréstitos subsidiados del Banco Nacional de Desenvolvimiento Económico y Social (BNDES), que engordan la deuda bruta del Tesoro.

Como en una fábula, la candidata del gobierno, bien peinada y rosada, casi una princesa nórdica, dirá todo lo que se espera que diga, especialmente lo que el “mercado” y sus socios internacionales quieren oír. Pero la candidata ya lo advirtió: no es un poste. Y no lo es, espero. Tiene una historia, que no coincide con lo que se quiere que ella diga. ¿Cumplirá con lo que dijo?
En el México del PRI, cuyo dominio duró durante décadas, el presidente elegía en soledad al candidato a sucederlo, en un proceso vedado a la mirada y las influencias de la opinión pública. En tanto, cuando la elección era revelada al público –“el destape del tapado”–, el escogido se veía obligado a decir lo que pensaba. Aquí, el “dedazo” de Lula apuntó a la candidata. Sólo que ella no puede decir lo que piensa para no poner en riesgo la elección. Estamos frente a un personaje moldeado por el marketing. Antiguamente, en el lenguaje que ya fue de la candidata, a esto se le llamaba “alienación”.

Se oculta así, lo que realmente está en juego. ¿Queremos mejorar nuestra democracia o aceptaremos como normales los delitos descomunales y las pequeñas infracciones sistemáticas, como las de un presidente que se desentiende de seis multas por violar la legislación electoral? ¿Queremos un Estado neutro o capturado por intereses partidarios? ¿Que dialogue con la sociedad o se cierre a la hora de tomar decisiones basadas en una pretendida superioridad estratégica? ¿Que confunda la Nación con el Estado y el Estado con empresas y corporaciones estatales, en alianza con algunos pocos grandes grupos privados, o que sepa distinguir una cosa de otra en nombre del interés público? ¿Que apueste al desarrollo de las capacidades de cada individuo, para la ciudadanía y para el trabajo, o que vea al pueblo como masa y a sí mismo como benefactor? ¿Que encuentre en el medio ambiente una dimensión esencial o un obstáculo al desarrollo?
Es hora de que cada candidato, con el alma abierta y la cara lavada, le diga al país qué es lo que piensa.

Publicado en O Estado de São Paulo.