COLUMNISTAS
LA SITUACION INTERNA EN BOCA

Una obra de ingeniería

Mauricio Macri entró a la sala de sesiones como Luis XIV en el patio de Versailles, montado en el mejor de sus caballos. Pedro Pompilio, cruzando uno de sus brazos sobre su rostro como para atajarse del sol, quiso huir de la visión espantosa igual que un personaje de Shakespeare que enloquece envuelto en sus artimañas. Descubría, con pavor, que el veneno volcado en el oído del príncipe no había hecho el efecto esperado. Ahora lo tenía ahí, lanzado sobre la silla del presidente como el que desmonta en plena marcha y se frena recién al cabo de algunos pasos.

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Victor Hugo morales |

Mauricio Macri entró a la sala de sesiones como Luis XIV en el patio de Versailles, montado en el mejor de sus caballos. Pedro Pompilio, cruzando uno de sus brazos sobre su rostro como para atajarse del sol, quiso huir de la visión espantosa igual que un personaje de Shakespeare que enloquece envuelto en sus artimañas. Descubría, con pavor, que el veneno volcado en el oído del príncipe no había hecho el efecto esperado. Ahora lo tenía ahí, lanzado sobre la silla del presidente como el que desmonta en plena marcha y se frena recién al cabo de algunos pasos.
Macri tenía sus propios problemas, para tranquilidad de Pompilio, quien poco a poco convirtió la mirada sobre la víctima que se resiste, en ésa de alivio del que, metiendo la llave en una puerta que no es la suya, oye que las sirenas de la Policía pasan de largo. Tenía que explicar, Mauricio, cómo era que había gobernado a Boca en los últimos años valiéndose de un fraude, para impedir con un argumento válido que se realizaran elecciones desde 1999. Con la pretensión, además, de que ese pez escurridizo que es Pompilio gobernara el club unos cuantos años más, porque nadie es capaz de conseguir garantías –salvo que sean truchas– por 13 millones de pesos.
Macri destinó a Pompilio los reproches que se formulan a alguien cuando se dispone a la traición, pero al que se necesita. Disfrutaba de la perplejidad de Pompilo que no atinaba a encontrar una silla apropiada, perdidas la de vice, aquel que era, y la del presidente que ahora ofrecía su tibieza a Macri.
Pero Macri sabía que no podía pasarse de la raya. Carece de jugadores para ir contra Pompilio. El único “crack” que fabricó es ese que ahora le patea en contra, pero al que aún puede enderezar, aun a sabiendas de luchar contra el Gobierno nacional que, como los grandes peces, no repara en el mar revuelto de la política.
El mayor problema que debía afrontar no era el presidente trucho que tenía enfrente como si fuese un espejo: era la conferencia de prensa que lo aguardaba a la salida. Imaginaba esas preguntas molestas parecidas a las de una esposa cuando se llega a la madrugada en una atmósfera de alcohol y perfumes poco familiares. Argumentar es inútil. Hay que enojarse. No atender una sola pregunta más. Y dar un portazo.
Mauricio –le preguntarían–, ¿todo ha sido una gran mentira?, ¿fue Boca un trampolín fraudulento para catapultarle hacia la escena nacional?, ¿fue un gran plan, o le salió como una jugada intuitiva, una expresión natural del talento de los hombres que aspiran al poder? ¿Se da cuenta de la cantidad de personas a las que ni se les ocurrió presentarse a competir con usted por la cuestión de los avales? En las elecciones que debe convocar, ¿rige el estatuto de los avales o ya no sirve? Y si lo mantienen, ¿quién los revisa esta vez? ¿Acaso ustedes?
Resolvió el asunto como un marido experto. Se paró ante los cronistas haciéndoles saber que no aceptaría ninguna pregunta.
Enojado, Macri señaló al banco Macro, haciendo bien redonda la “o” para evitar confusiones. “Los avales que nos dio no servían para nada”, dijo muy campante. Total, nadie podía decirle “y qué culpa tiene el banco, si los que revisaban el tipo de garantías eran ustedes mismos?”. Ahora Macri arremetía contra Kunkel. “No queremos que la política entre a Boca”, disparó el hombre que, paradójicamente, entró a la política desde Boca.
Algún periodista se relamía. ¿Y cómo podría entrar la política, si “su” Pompilio no le abre la puerta?”. La pregunta no se oyó, claro. Macri ya estaba haciendo mutis, dando un portazo y dejando a un abogado para las demás consultas. ¿Quién quería al abogado?
La pequeña obra de ingeniería estaba consumada. Había disfrutado la revanchita sobre Pompilio. Era otra vez el presidente y se le abría un horizonte interesante para llenarle la lista con su gente o para preparar un delfín que pueda superarlo en las elecciones que debe convocar obligatoriamente. El poder de negociación volvía a sus manos. No era poca cosa. Acaso sabiendo que el canal oficial del fútbol no ofrecía su “conferencia de prensa”, sino que a esa hora deleitaba con los goles de Palermo. Macri ubica en su justa dimensión el episodio. No pasa nada. O todo pasa.