Esta semana supimos que el chef Rasmus Munk (2 estrellas Michelin) prepara una cena estratosférica para seis personas. El evento costará –con viático incluido– 495 mil dólares por pasajero y habilita a los comensales a beber sin culpa, ya que no habrá que conducir la cápsula Neptune de regreso a casa. Si alguien invitara a su pareja a disfrutar del ágape, pagaría casi un millón de dólares, aunque es probable que, de acuerdo con el estilo de época, los viajeros resulten gente independiente, libre de la espuria que implica compartir la vida con alguien.
Lo importante es que la cápsula tendrá wi-fi para que los millonarios puedan mostrar en vivo la calidad de los alimentos que ingieren y la ultradefinición de las burbujas del champagne que beban mientras contemplen la curvatura de la Tierra a más de 30 mil metros de altura.
Si la vieja costumbre de dejar un 10% de propina se mantuviera en el espacio estelar, el afortunado camarero de la velada se hará de 49.500 dólares per cápita, suma nada despreciable considerando que solo se trata del vuelo inaugural de la saga.
Cápsula, del latín capsula, es una caja o cofre pequeño. Una isla entre los astros. Una burbuja libre de virus y mosquitos, también cerrada al paso de floristas, vendedores de medias y mendigos. La cena asegura así una intimidad libre de miradas e interrupciones.
La pregunta entonces, para evitar extenderme en la ironía: ¿qué está haciendo el poder transnacional con la acumulación del capital financiero ya sin fronteras, rumbo y sentido ético? ¿Por qué el progreso no implica investigación en salud, mejor calidad de vida para las mayorías o el interés por socorrer a los desplazados, refugiados de guerra o aquellos que nunca acceden a una cena digna en un bodegón del barrio o pueblo donde nacieron? Al parecer, la carrera espacial se ha transformado en la búsqueda y extracción de metales preciosos que las start-ups privadas planean traer a la Tierra pese a que haya que vencer la fuerza de gravedad. Será entonces que nos detendremos a contemplar desde nuestras pantallas lo que unos pocos transmitan desde el cielo, mascarada de una nueva cepa de mineros ecologistas atentos a algo bastante más jugoso que la propina.
