Las tribus se conforman por grupos de personas que proceden generalmente de una familia o de la asociación de varias familias, que habitan un poblado o aldea definido, que están dirigidas por las personas mayores (jefes o patriarcas). Los humanos que componen una tribu suelen ser de la misma raza, creencias y costumbres que los provee de una identidad cultural. Esta cultura está estructurada en base a lenguaje, vestimentas, normas e historia que aportan valores identificatorios que configuran la ilusión de grupo. Si algo de esta ilusión cae, la tribu se desvanece y deja de existir como tal.
Actualmente se habla de tribus urbanas. Abundan por diferentes regiones de la ciudad. Sus vestuarios son variados, sus peinados son característicos, sus creencias no están claramente definidas, pero sus danzas recorren todos los canales de televisión. Se hacen llamar emos, floggers, stones, industriales, o chetos. ¿Y los indios?
Está claro que existe una necesidad, por parte de estos jóvenes, de identificarse con algo, con algo que unifique, que haga grupo, que sirva de sostén para afrontar los avatares de la complicada situación social que les toca vivir, de hacer algo con la angustia que puede significar un futuro incierto, sin demasiada presencia familiar debido a las obligaciones que los padres deben cumplir en el día a día. Entonces aparece este fenómeno de tribu que a simple vista puede parecer una moda pasajera o un capricho adolescente, pero que en lo profundo de la cuestión significa bastante más que eso. Porque si tomamos en cuenta la importancia que conlleva para un adolescente ir constituyendo su identidad, ir diferenciándose de su “cultura” familiar, se hace imprescindible este tipo de tribus que aporten modelos exogámicos de identificación.
Ahora bien, lo que no debería perderse de vista es que no se trata sólo de ser emo, o de ser flogger, o de ser cumbiero, porque de esta manera se entra fácilmente en el campo de las polaridades y entonces las rivalidades pasan a tomar los primeros puestos y se pertenece a una cultura tribal pero en detrimento de la otra, y así las identidades se configuran sólo por oposición.
La diversidad siempre existió. Antes eran los hippies, los metaleros o los punks. Es sana la diferencia, pero es importante diferenciarla de la mera segregación de clases donde se es “esto o aquello”, porque si no estamos a un paso del totalitarismo que en nuestro país tanto dolor causó. ¡A no dormirse!, que la semilla era la misma.
Los indios pertenecen a una tribu porque nacieron en ella, porque sus antepasados formaban parte de ella, porque sus prácticas y rituales le dan consistencia a toda su realidad tribal, y no se cuestionan si podrían pertenecer a otra que les guste más. Por lo tanto, hablar de tribus urbanas es sólo una metáfora ya que el emo no nació emo, eligió serlo y por lo tanto debe sostener todo lo que ser emo requiere, tiene que cumplir con determinadas prácticas que autentifiquen su pertenencia. Entonces, si un emo se corta, hay que cortarse, o si el stone fuma marihuana, hay que “prenderse uno”, y así queda poco lugar para el interrogante, para la pregunta subjetiva que pueda dar espacio a una verdadera elección. Y justamente creo que es esto lo que debe estar en la matriz de esta tribus urbanas, el espacio para que cada adolescente tenga el tiempo de hacerse la pregunta con respecto a lo que quiere ser o hacer en su vida, a qué grupo quiere pertenecer o a qué líder seguir, y después recién ahí hacerse cargo de tal o cual ceremonia “religiosa”, y adorar con devoción al tótem de turno. Y para esto se hace sumamente necesaria la creación de espacios de pensamiento y reflexión que permitan trabajar las inquietudes, las dudas y los fantasmas que puedan estar rondando en la mente de un adolescente que se encuentra en plena transformación madurativa. Ya sea dentro del núcleo familiar o por fuera de éste, en el ámbito educativo que lo esté alojando.
Porque de lo contrario es muy fino el límite entre una elección propiamente dicha, en la cual se elige por el propio deseo de ser de una tribu u otra, y la elección basada en hacer lo que los demás hacen, un “copiar y pegar” que no responde más que a sentimientos de inseguridad y de miedo a no quedar apartado de la mayoría.
Por lo tanto, como sociedad, no basta con juzgar el aspecto de los floggers o denunciar con desprecio los cortes en la piel que muestran los emos, como si fueran seres de otro planeta que preferimos no saber que existen. La negación de esta realidad no es signo de buena salud; ¿qué, estos chicos nacieron de un repollo?
Es hora de cuestionarse (aunque sea un instante) qué tenemos para ofrecer a estos jóvenes que están ávidos por formar una identidad que les signifique una herramienta lo suficientemente sólida para habitar la vida. Por un lado, la oferta es evidente: malestar social, inseguridad, drogas, Internet las 24 horas del día, y caída de las instituciones clásicas como la familia y el matrimonio. Pero ¿ésto es lo único que tenemos para dar?
*Psicoanalista y miembro de Epsyco.