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Caos

Una retirada con sello propio

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Símbolo. Gesto de la exvicepresinta. | video

El 25 de mayo de 2003 se inició, en la Argentina, un régimen hegemónico y populista que devastó al país durante veinte años. El intervalo 2015-2019, por ineptitud, por impericia, o por lo que fuera, fue insuficiente para frenar el huracán, que en 2019 volvió enfurecido y con una intensidad acentuada. Como si eso fuera poco, un virus chino potenció la capacidad de daño de un sistema oprobioso.

La devastación fue completa; no dejó ámbito sin afectar: fue social, económica, educativa y cultural. Se dilapidaron recursos públicos, se confiscaron conceptos comunes como “garantías”, “derechos humanos”, “fechas patrias”, y se adueñaron de su discrecional utilización, colocándose, los representantes de ese régimen en un escandaloso estrado de superioridad moral, que justificó todas y cada una de las fechorías llevadas a cabo.

El populismo fue una fábrica de elaboración de las materias primas que le permitieron consolidar su poderío: regó al país de pobreza, ignorancia y fanatismo. La pobreza hizo posible que pudieran “comprar” voluntades a través de subsidios y prebendas; la ignorancia les permitió elaborar “relatos”, crear “monstruos” (las corporaciones, el imperialismo, los buitres, etc.) y erigirse en “salvadores” de una catástrofe, que, de todos modos, fue inevitable. Mientras tanto el fanatismo les permitió “lavar cerebros” para evitar que todo lo anterior se advierta.

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La actividad económica del Estado

La fábrica de pobres también generó “empresarios” de la pobreza, y las calles se convirtieron en el escenario macabro en el que montaron sus “negocios”. La circulación se tornó milagrosa y debimos acostumbrarnos a que hay derechos más importantes que otros. El combo era perfecto; todo estaba listo para “saquear” a un país “secuestrado”, en el que muchos sufrieron el “síndrome de Estocolmo”, y se enamoraron de los “secuestradores”.

El país se convirtió en un caos social, económico, financiero, cultural y político; dejando como resultado un marcado deterioro en todos los órdenes. Nos enseñaron a invisibilizar la corrupción, escondiéndola detrás del cortinado del “lawfer” y de la persecución judicial. Nos inculcaron que con la deformación del lenguaje se resolverían los problemas de inclusión; nos ocultaron los datos de la pobreza argumentando que mostrarla implicaba una “estigmatización”. Nos quisieron convencer de que el mérito no es importante para progresar; y nos encariñaron con la idea que subsidiar eternamente a los desocupados es justicia social.

El resultado de este huracán devastador fue que, en la Argentina de hoy, “es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, pretencioso, estafador”, y que “es lo mismo ser un burro que un gran profesor”. No solo el Cambalache de Discépolo reemplazó al himno de Vicente Lopez y Planes, sino que, además, el kirchnerismo, subrogándose en Blas Parera, le puso música al desatino.

Nuestro unitarismo fiscal

En la Argentina, que quedó relegada en el mundo económica y educativamente, el cincuenta por ciento de los adolescentes no trabaja ni estudia; y entre los que sí lo hacen, las pruebas PISA organizadas por la OCDE (Organización para el Comercio y el Desarrollo Económico) desnudaron las enormes falencias de un sistema destructivo, dando cuenta de que siete de cada diez alumnos no logran los niveles mínimos de desempeño. El país quedó en el puesto sesenta y ocho de ochenta evaluados. Pero claro, también nos hicieron creer que las evaluaciones estigmatizan y que las repitencias afectan la dignidad del niño.

Sin embargo, como el ave Fénix, la gente despertó de su letargo, y en las últimas elecciones dijo “basta”. El mandato fue concreto: recuperen a ese paciente llamado Argentina. El problema es que hacerlo requiere intervenciones quirúrgicas profundas y un posoperatorio complicado.

El dedo mayor de la exvicepresidenta, levantado al ingresar al Senado el pasado 10 de diciembre, fue la mejor forma de simbolizar la impronta del régimen destructivo que, en patética retirada, dejó el país en llamas.

*Abogado constitucionalista. Prof Dcho. Constitucional UBA.