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neoliberalismo

Una serie de ‘déjà vu’

Hace un par de semanas, la directora del FMI afirmaba que sería una tontería abandonar las reformas justo ahora, cuando la economía argentina está a punto de comenzar a despegar.

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Consenso de Buenos Aires. Acordaban la integración regional. | cedoc

Hace un par de semanas, la directora del FMI afirmaba que sería una tontería abandonar las reformas justo ahora, cuando la economía argentina está a punto de comenzar a despegar. Los dichos de Lagarde y sus reuniones con funcionarios inevitablemente evocan los 90. Si bien la situación no es la misma, y el ajuste –Lagarde nos recuerda– esta vez ha sido acompañado con políticas sociales, la sensación de déjà vu es intensa. Se vuelve imposible no pensar en la cadena de discursos, medidas y acontecimientos que desembocaron en la crisis de diciembre de 2001, mientras que en México, también por estos días, Manuel Andrés López Obrador anuncia el fin de la “pesadilla” del neoliberalismo.

El gesto de López Obrador devuelve al pasado, cuando en 2008, en medio de la crisis internacional, Joseph Stiglitz vaticinaba igualmente el fin del neoliberalismo. Un fin anticipado en el Consenso de Buenos Aires, en el que Lula y Néstor Kirchner acordaron principios de integración regional y desarrollo inclusivo. O en la contracumbre de Mar del Plata, en 2005, cuando al grito de “¡ALCA, ALCA, al carajo!” Hugo Chávez desafió el proyecto de “libre comercio” de George W. Bush, ante el clamor de un estadio lleno.

El entusiasmo parecía oportuno. La radicalización neoliberal no ha sido particularmente bondadosa con la mayoría de los argentinos ni con ninguna otra mayoría en ninguna parte. Caracterizado por Michel Foucault como arte de gobierno y forma de racionalidad política, el neoliberalismo postula al mercado como la institución más eficaz para organizar la sociedad. Una vez despejado lo que lo bloquea, el mercado, se afirmará con fervor cuasi teológico y promoverá el crecimiento económico y el bienestar general.

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Ahora bien, transformar el mundo en un juego competitivo de mercado y a quienes lo habitamos en meros emprendedores y gestores de nosotros mismos supone múltiples estrategias y formas de violencia. Desde desregular y privatizar todo, pasando por los contenedores de basura con tarjeta magnética de Larreta hasta los golpes de Estado del pasado, este ordenamiento y pérdida, achatamiento del mundo en su modalidad democrática, se expresa en la retórica de recursos humanos del discurso presidencial.

Se entienden, entonces, las proclamas. Pero anunciar el fin del neoliberalismo hace una década fue apresurado.

Es cierto que los gobiernos progresistas generaban riqueza y parecían distribuirla sin someterse (tanto) al sistema financiero internacional. Pero las promesas de un mundo más justo, multicultural e igualitario, con democracias participativas, políticas sociales y amplio reconocimiento de derechos estaban sostenidas en un modelo extractivo, producto, él mismo, de reformas y desregulaciones neoliberales previas, cuando los países endeudados se vieron forzados a ofrecer acceso a la explotación de sus recursos. Fue mientras el extractivismo neoliberal extendía la forma mercancía a los últimos rincones del planeta que no solo nuestro país se llenó de soja, sino que pasamos de una minería caracterizada en los 90 como de canteras a que, entre minerales, metales y metales preciosos, el 11,7% de las exportaciones argentinas en 2017 provenga del sector. 

Y si la razón neoliberal abandona a su suerte a quienes no logran triunfar de acuerdo a las reglas del mercado, en su afán por financiar un modelo alternativo de la mano del extractivismo, aun gobiernos progresistas se mostraron dispuestos a sacrificar vidas, territorios y recursos en nombre “de un futuro mejor para otros” –tal como Gabriela Valdivia nota, y como muestran la estigmatización, criminalización y despojo sufrido por las comunidades qom y mapuche, por los pueblos expuestos a la contaminación de la minería y por las víctimas del glifosato en nuestro país.

Trascender el neoliberalismo invita a explorar nuevas prácticas y horizontes, pero el rechazo de lo neoliberal no puede llevar a aceptar practicas preliberales y autoritarias. En cualquier caso, mientras el riesgo país amenaza con continuar subiendo, el que Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri sean quienes tienen más chances de ganar las elecciones presidenciales de este año constituye posiblemente el más definitivo déjà vu.

*Profesora asociada, Departamento de Ciencia Política, Union College, NY.