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Una sociedad de la amistad

Las clases medias urbanas transitan una cotidianeidad donde las vivencias de angustia, soledad y muchas veces incluso la expectativa catastrófica dominan la escena. Los lazos solidarios que construyen los grupos o conjuntos que brindan a sus miembros la pertenencia e identidad que necesitan para sentirse acompañados, formando parte de un proyecto en relación unos con otros que carece de fuerza.

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Las clases medias urbanas transitan una cotidianeidad donde las vivencias de angustia, soledad y muchas veces incluso la expectativa catastrófica dominan la escena. Los lazos solidarios que construyen los grupos o conjuntos que brindan a sus miembros la pertenencia e identidad que necesitan para sentirse acompañados, formando parte de un proyecto en relación unos con otros que carece de fuerza. La debilidad consecuente que lleva a la retracción y a la violencia, que algunas veces tiene escenografías espectaculares pero otras mucho más frecuentes adquieren el rostro de la irritabilidad, el pesimismo o el desánimo.

Estas características de sociedades con fragilidades comunitarias evidentes son territorios ásperos y sombríos donde la creatividad, el interés y el amor por los otros no logran hacer escuchar su voz con la potencia necesaria y anhelada.

Frente a este panorama, aparece un reclamo que empieza a tomar cuerpo. Un esbozo que aspira a ser una arquitectura con bordes más nítidos y palpables. Me estoy refiriendo a que hombres y mujeres que habitan un mismo pedazo de tierra quieren convertirse en ciudadanos que integran una República. La membrana cuyo tejido necesita no ser atravesado para que la normatividad prevalezca y la confianza estimule los vínculos no puede estar ausente, si no queremos caer en una desorganización que nos asuste y nos irrite. Es hora de poner en marcha la sociedad de la amistad recordando que no se limita sólo a lazos interpersonales individuales sino que sostiene lo comunitario y favorece su desarrollo.

Algunos filósofos la han vinculado con los Derechos del Hombre al hablar de amistad cívica entendida como el intercambio respetuoso y solidario de los ciudadanos. Como vemos estas ideas se aproximan a aquellas de libertad, verdad y democracia que son eslabones indispensables para configurar una subjetividad social, feliz aun cuando esto parezca una extrapolación excesiva. Son las relaciones amistosas las que permiten hacer de las soledades elegidas lugares serenos que testimonian la condición de sujeto libre y autónomo. Evita esa otra soledad que es producto de fantasías persecutorias y que lleva a que cada uno se esconda y se proteja del otro al que categoriza como desconocido, extraño y peligroso. Algunos etólogos han llegado a hablar o más bien aludir a una amistad cooperativa que es el resultado de una tensión instintiva que tendría por objeto articular alianzas que nos protejan y nos hagan sentir más seguros. Recordemos un trabajo de Desmond Morris que lleva por título La naturaleza de la felicidad donde demuestra que la supervivencia del hombre tuvo como exigencia la conformación de una vida social que a través del apoyo recíproco garantizara tanto la seguridad individual como aquella del grupo. Es lo que llamamos sinergia entre lo biológico y lo psicosocial. A partir de esto, observamos también como los impulsos violentos tienen como víctima no sólo a la persona atacada sino también al agente agresor. Se evidencia de un modo cada vez más palpable el binomio felicidad-seguridad. El semejante, vuelve a ser el protagonista.

Son los vínculos positivos o amistosos, como los llamamos aquí, que rescatan de esa carencia que ancla al sujeto en la debilidad y el desamparo. Permitiendo al romper la cápsula narcisista la apertura y aceptación de alguien distinto a uno.

Llegó la hora que la mueca hostil quede sustituida por la capacidad de dar y el diálogo. Que la competencia no sea arrasada por la hostilidad. El sosiego y la comunicación deben abrir la puerta a una de las características pragmáticas de la persona: la ternura.


*Psicoanalista y escritor.