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discusiones y crisis no resueltas

Una sociedad dominada por la demagogia

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Los argentinos vivimos sumergidos en una discusión cotidiana que poco se centra en aspectos medulares de nuestro desarrollo económico y social. La pulseada electoral –por definición, de corto plazo– reemplaza el lugar que deberían ocupar temas determinantes para el porvenir de los argentinos, como las políticas educativas y tributarias, la posibilidad de enfocar una reforma del sistema político que permita superar, después de tanto tiempo, la aún irresuelta crisis de los partidos políticos, penosa herencia del colapso de 2001. Hoy no tenemos partidos.

La ausencia de partidos políticos como entidades orgánicas con un pensamiento preciso es una de las causas de la falta de diálogo político serio en Argentina. De la crisis de 2001 emergió –ante un sistema político fracturado– más y no menos personalismo. Es decir, que tras la crisis se acentuaron los rasgos más cuestionables del sistema hiperpresidencialista, tan ponderado en su momento por Alberdi (“tener un presidente tan fuerte como un monarca”), pero que hoy no está demostrando ser eficaz para afrontar, como se dijo, la crisis de los partidos políticos, que luego deriva en la falta de debates organizados, serios, claros, con plataformas de pensamiento precisas. La falta de estos debates a su vez termina generando la falta de consensos. La ausencia de partidos políticos es una amenaza para el sistema representativo y republicano. El personalismo es una derivación del hiperpresidencialismo, son dos rasgos que se alimentan mutuamente, en desmedro de la democracia deliberativa, piedra de base de toda república. Se genera así un círculo vicioso. Un sistema hiperpresidencialista sin partidos se vuelve aún más personalista. Para superar esta encrucijada es necesario darle forma a un nuevo debate político, con nuevos actores, nuevas teorías, nuevas ideas. Nuevas generaciones. Nuevos pensamientos. Nuevas prácticas.

El debate no se hace con prejuicios, se hace con ideas. El prejuicio nos aleja del otro. Nos impide escucharlo. La misión de la democracia es que todo ciudadano se exprese. Pero también que aprenda a escuchar, sobre todo aquellas ideas o posiciones que no le gustan: eso es la tolerancia, base del diálogo. El consenso parte del diálogo. No se llega a ningún consenso sin él. El debate se basa por definición en el respeto y reconocimiento de los otros. El debate es la esencia de una sociedad abierta. Esto necesita de todos un gesto de grandeza, dejando atrás disputas coyunturales y pensar en el mediano plazo. Caso contrario, seguiremos enfrascados en disputas sordas, (sumergidos en rencores que de nada sirven y nada construyen), enfrascados en disputas sin contenido ideológico: así son las disputas vanas del personalismo.

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El personalismo termina siendo enemigo de la democracia, porque el personalismo expresa algo que afecta a la democracia deliberativa: la crisis de los partidos, que termina siendo o configurando luego una crisis de ideas, donde se habla más de la vida privada de las personas que de sus plataformas y posiciones y pensamientos. Reina la confusión, la incertidumbre, la incerteza. La demagogia. Cualquier pacto se vuelve posible, confundiendo aún más al electorado. Volver al debate es volver a constituir partidos políticos con plataformas y referentes, donde las ideas –y no las personas– sean lo central. Los medios deben ser agentes de esta discusión pública, deben abrirla, y no cerrarla. La desarticulación partidaria es la expresión de un sistema político fracturado, un sistema que ha logrado, sin embargo, gracias al crecimiento económico sostenido de la última década, disimular sus fisuras. Pero la crisis de 2001 aún tiene sus secuelas, el default no es la única de ellas. Hay fisuras institucionales, tanto o más graves que las financieras. Hay fisuras en la forma de pensar el Estado. Fisuras en la forma de pensar la democracia. El crecimiento económico las tapó, pero esas fisuras siguen estando y es menester de la clase política toda el afrontarlas. Generar un debate franco de cara a la sociedad. No ocultar que la crisis de los partidos sigue allí. No hacer de este defecto, una virtud. El poco nivel del debate político argentino es la consecuencia tardía de esta crisis aún no resuelta. El primer paso para solucionar este problema es asumirlo. Saber que este problema existe. Es misión de la sociedad toda darle a la política –y exigirle a la política– lo que hoy no tiene: un debate de ideas. Una democracia sin debates no es una democracia. Es una sociedad dominada por la demagogia. Una sociedad que no piensa.

*Conicet / OEA. Profesor visitante Freie Universität, Berlín.