Es condenable el turbio recurso de aprovechar cada acontecimiento de la vida política, social, económica, para enchastrar figuras y posturas de quienes piensan diferente. Tanto lo es, que ya resulta por momentos insoportable ver y escuchar a funcionarios y dirigentes exculparse cuando deben explicar los cómo y los por qué de sus acciones y sugerir/afirmar que la culpa la tiene el otro.
El asesinato del colectivero en La Matanza por delincuentes que gatillaron contra él sin piedad sirvió en estos días como combustible para alimentar el fuego imparable de la puja preelectoral. Es un acto detestable usar un hecho tan doloroso para servir intereses que nada tienen que ver con lo que, al menos, merece piedad por la familia del muerto y demanda justicia y –más– tareas que limiten la violencia y el accionar de delincuentes jugados al todo o nada.
En este marco, lo que ofreció el periodismo en relación con el tema resulta deficitario. Pongo un ejemplo: planteada la necesidad de aportar mayores recursos para la seguridad de los choferes, funcionarios del área actuales y de la gestión anterior no lograron convencer con sus argumentos a quienes reclamaban información clara y concreta sobre la aplicación de una ley que obliga a instalar en los micros cámaras de seguridad inteligentes y conectadas a centrales de monitoreo en tiempo real. Y, además, a dotar cada unidad con una suerte de celda para aislar a los choferes en un espacio de seguridad. Según el responsable del área de seguridad provincial durante la gestión de María Eugenia Vidal, se inició el proceso de concreción de esas medidas antes del cambio de gobierno, y se lo interrumpió cuando asumió el actual gobernador, Axel Kicillof. Según el responsable actual del área, nada se hizo durante la anterior gestión y algo sí se hizo desde 2019. Informaciones por cierto controversiales, que solo pueden ser confirmadas o desmentidas con documentación y datos precisos, que estuvieron ausentes.
El periodismo se centró en la polémica, pero casi nada en la búsqueda de la verdad. No se le reclamó al anterior ministro la documentación, fechas, comunicaciones, contactos, negociaciones realizadas, más allá de alguna foto aislada o videos que poco aclaran. No se le reclamó al actual ministro lo mismo y el interés quedó reducido a las consecuencias de su fallido (y doloroso) paso por la manifestación de protesta de los colegas y compañeros del chofer asesinado. Valió más la trompada sobre el rostro de Sergio Berni que la información certera sobre la situación de los colectiveros, de las empresas que deben protegerlos y no lo hacen y de las medidas que –concretamente– se imponen ante una situación de creciente peligro para quienes deben hacer su trabajo sin la amenaza constante de la inseguridad.
Una vez más, están mezclados los valores. Una vez más, esos valores son aplicados según los intereses de protagonistas y personajes que ejercen este oficio de llegar a la sociedad con buena información, aunque no siempre con tan buenas intenciones. Se ha visto, desde el pasado lunes, cómo medios y algunos de sus periodistas “estrellas” se posicionan según sus opciones políticas, que no profesionales. De un lado se alinearon obedientemente quienes defienden a como dé lugar las posturas del gobierno anterior y de sus funcionarios y sus decisiones. Del otro, casi simétricamente, unificaron sus discursos y orientaciones los detractores de aquella gestión.
En el medio, la sociedad, la opinión pública influida una y otra vez por la grieta periodística, tanto o más nociva que la que protagoniza la dirigencia política. En el medio, siempre en el medio, sigue estando lo más cercano a la verdad.