Hay muchas maneras de contar mi relación con la Casa Curutchet. Y todas ellas son afectivas. Antes de la filmación de El hombre de al lado yo no sabía casi nada de esta casa que el doctor Curutchet le encargó construir en La Plata al más famoso arquitecto de la historia moderna: Le Corbusier. En los tiempos muertos del rodaje me dediqué a leer todo lo que había en la casa sobre él, y además me atreví a guiar por sus misterios a los curiosos que se acercaban a visitarla. Supongo que empecé a hacer de la casa, de su incomodidad y su excelencia, de sus clarividencias y sus contradicciones, de sus luces y sus sombras, tal vez mi propia causa. Esta casa no es ni linda ni fea; esas categorías no se aplican en este caso. Esta casa es necesaria. Y lo es para entender muchas cosas que no tienen que ver con la arquitectura sino con la modernidad y su estertórea agonía, de la que cualquier pensamiento nuestro es hijo involuntario. La historia de su construcción y su abandono es larga y llena de recovecos. El último de ellos parece haber sido saldado con tardía justicia esta semana. La Unesco la declaró patrimonio de la humanidad junto con otras 16 obras del autor. No sé qué signifique esto exactamente, pero espero que implique alguna ayuda para su conservación. Unica obra del suizo en América Latina, no es una obra menor de su polémica creatividad, más bien al contrario: parece ser un eslabón perdido que muestra el salto del ADN de la urbe (Europa, allá) a la periferia (La Plata, acá, nosotros).
Pero en este salto es decisiva la presencia de otro arquitecto: nuestro Amancio Williams. Le Corbusier diseñó la casa sin poner jamás un pie en el lote. Envió a Williams un conjunto de planos generales en escala 1:50 sin muchos detalles y con pocas especificaciones. Para que la casa fuera posible, Williams desarrolló unos 400 planos, resolviendo infinidad de detalles y aspectos constructivos de la obra, algunos definitivamente importantísimos. Es que esta casa planteaba al ideal racionalista del europeo una paradoja casi insoluble: el insólito loteo argentino debía resolver la construcción entre medianeras, es decir, apoyándose solidariamente en tres casas vecinas, que vaya uno a saber qué cosas pensaban. Para aclarar el asunto de esta coautoría –sí, algunos la consideran incluso compartida– Claudio Williams, hijo del arquitecto, señaló esta semana: “Tal como lo dice Daniel Merro en su muy bien titulado libro El autor y el intérprete, Williams fue un extraordinario intérprete del proyecto de Le Corbusier”. Es una muy buena definición: la casa como una partitura que hay que hacer sonar, que hay que hacer tronar entre todas las casas chorizo de La Plata. Y Williams –el inventor–, como ese director de orquesta que la hizo trinar para la humanidad toda de esta manera particular y no de otra.