Tengo una colega que cultiva el hábito hermoso de rescatar palabras de los baúles de la segregación lingüística que impone nuestro oficio e incorporarlas, caprichosamente, al uso cotidiano. Escribir en medios supone ir renovando términos de acuerdo a la coyuntura: en el presente las palabras y frases que mejor ranquean son las que evocan algo del orden de la salud y, aunque se esté hablando de otra cosa, leemos sobre ideas que se “coagulan” y un desgastado “cuidado del otro” que aparece en cientos de discursos mediáticos, mientras lo que prima en el terreno de los hechos es el viejo “sálvese quien pueda”.
Entre las palabras que mi colega eligió para hacer su diccionario paralelo figura “dantesco” y la trae a colación para describir situaciones o personajes que mueven a la risa y al espanto al mismo tiempo.
Cada vez que veo que Patricia Bullrich o Sergio Berni se enfundan en ropa pseudomilitar y salen, como Rambos del Cono Sur, a poner cara de perro frente a las cámaras, siento que estoy ante algo que cuadra perfecto con la acepción bipolar que mi colega le da a “dantesco”.
Entre las cosas que ambos lados de la grieta, tanto al nivel de los votantes como de la dirigencia, comparten sin querer hacerse cargo, estos dos paladines del manodurismo destacan por su obviedad. Aunque Bullrich haya trazado una trayectoria en la que casi no hubo coalición de la que no formara parte y a Berni se lo haya calificado siempre como “un hombre de Cristina”, en este momento y más allá de las pátinas que les den a sus ideas políticas, ambos parecen abonar por una Argentina en la que la disyuntiva un tiro o un taserazo sea popularmente aceptable.
Y aunque ambos sean pródigos en imágenes que pueden hacernos reír un rato, sus propuestas para “dar seguridad a la gente” terminan por borrar cualquier comicidad para establecerse, muy cómodamente, en alguno de los nueve círculos del infierno.