“Yo le tengo mucha admiración porque es un hijo de su esfuerzo, porque sabe ejercer el poder y porque, como enseñan los jesuitas, tiene suavidad en los modos y fortaleza en las cosas: su instinto político es muy grande”. Con estas palabras, el ex presidente blanco Luis Alberto Lacalle se refirió en una entrevista a Tabaré Vázquez, cuyo perfil, tanto en las formas como en el contenido, no podría ser más distinto al del también frenteamplista José Mujica.
Vázquez es el hombre que vetó una ley que hubiera despenalizado el aborto durante su primera presidencia y que, ofendido por la reacción de su grupo político, renunció al Partido Socialista. El mismo que, pocas horas después de haber ganado las elecciones, nombró al gabinete para su segundo mandato ajeno a la presión del Partido Comunista y del MPP. Y el mismo que, así como en 2009 declaró que “a veces, el senador Mujica dice simplemente estupideces” y recientemente opinó que sería bueno para el Frente Amplio que en 2019 no fueran candidatos presidenciales ni Astori ni Mujica, acaba de regresar a la palestra mostrando un carácter, una moderación ideológica y una independencia de criterio a los que no están acostumbrados ni los dogmáticos de izquierda cuya pereza intelectual atrasa cincuenta años, ni los dogmáticos de derecha que alucinadamente creen que Uruguay integra una especie de eje bolivariano.
Esta vez, Vázquez lo hizo para, luego de haber ensayado una defensa de Raúl Sendic que no fue tal, expresar que eventualmente aceptaría un paso al costado del vicepresidente, pues “una renuncia es una renuncia”.
¿Pero por qué Sendic, quien según su propio abogado es un “cadáver político”, debería renunciar? Porque traicionó la confianza de la ciudadanía presentándose durante años como Licenciado en Genética Humana con medalla de honor por la Universidad de La Habana, un centro educativo que ni siquiera dicta esa carrera, porque usó la tarjeta corporativa de la empresa estatal Ancap para hacer múltiples compras personales en el freeshop y porque, al frente del organismo, si por algún milagro de la naturaleza fue totalmente honesto, el nivel de inoperancia que mostró le valió al fisco una pérdida de alrededor de 800 millones de dólares.
Con la misma capacidad de Scioli para la oratoria y de Boudou para la picaresca, Sendic, un neomarxista ajeno al carisma y célebre por haber declarado que “no hay corrupción de izquierda”, ha sido lamentable incluso cuando ha asegurado que nunca le presentó su renuncia al presidente, cosa que Vázquez desmintió pocas horas después, para terminar rematando: “Yo como presidente no lo puedo sacar porque hay separación de poderes y él es parte de otro poder del Estado”.
Ahora, de regreso de una licencia por “asuntos personales”, a la espera de la Justicia y del Tribunal de Etica del Frente Amplio, importunado por el impacto de un libro documentado que versa sobre sus tropelías y frente al “fuego amigo” de personalidades como el diputado Darío Pérez y el publicista Esteban Valenti, Sendic, hijo del mítico líder tupamaro homónimo, coloca a la República en la obligación de verse forzada a atravesar un trance institucional que no puede sino ser traumático tanto si él se aferrara a su sillón anteponiendo una patética resistencia como si, siguiendo la línea de sucesión, la vicepresidencia quedara en manos de Lucía Topolansky Saavedra, la poco democrática esposa de José Mujica.
En 1986, el magnífico escritor argentino Dalmiro Sáenz publicó el libro Sobre sus párpados abiertos caminaba una mosca. Pero este pasaje, pronunciado por una mujer que le habla descarnadamente a la amante de su esposo, hoy podría ser repetido, palabra por palabra, por el atolondrado vicepresidente del Uruguay: “La boludez es un estado, es una forma de ser, casi podría decirse que la boludez es una clase y ninguna clase cae sin pelear”.
*Escritor y periodista.