Tres nuevos partidos políticos aparecen en el panorama argentino: el Partido Liberal Libertario, el Partido de la Red y el Partido Pirata. Surgidos post 2009, lo valioso de su aporte es evidente: acercar discursos nuevos en el plano local. Su déficit es común: la paradoja de buscar el poder para desactivarlo.
El caso del Partido Liberal Libertario, emergido de las redes sociales hacia fines de 2009 producto del encuentro de organizaciones conservadoras, esquirlas de la Ucedé o jóvenes sin experiencia interesados en discursos provenientes del liberalismo libertario norteamericano, trajo una bocanada de aire fresco en lo referente a la defensa de las libertades individuales (despenalización de drogas, matrimonio igualitario, etc.) y las libertades económicas, bandera histórica del conservadurismo de la Argentina. Esa renovación fue de la mano de una estética de happening político (apelando al humor) en marchas o manifestaciones contra el Indec, el programa oficialista 678 o la AFIP, apoyándose en la viralización de las redes sociales. Sin embargo, su referencia predilecta es el Partido Libertario de Estados Unidos (que nunca superó el 1% de votos en las elecciones de ese país). El problema es histórico: el liberalismo argentino parece tener esa huella reaccionaria que resulta difícil de quitar. El dogmatismo es la piedra de toque dentro del endogámico mundo liberal local que se fracciona, aísla y radicaliza.
Es muy destacable que el Partido de la Red, forjado por emprendedores tecnológicos en su mayoría, traiga a la palestra algo necesario: el híbrido de democracia directa y democracia representativa. Propone la lógica del método como alternativa al arco ideológico (izquierda/derecha), la posibilidad de participar diariamente o bien delegar en otro miembro las decisiones sobre temas puntuales. El problema: toda estructura rizomática, es decir, de red, tiene siempre falos arborescentes, jerarquías (algo inevitable), que no son excluyentes. Aquí es donde los planteos parecen sonar algo voluntaristas.
En el caso del Partido Pirata, su aparición aún es larvada: no llegará a presentarse en las próximas elecciones. Nacido en 2010, reivindica la figura del pirata empleada, de modo peyorativo, como bandera de la crítica a los derechos de autor, las patentes o la propiedad intelectual. Procurando horizontalizar el conocimiento, lograr igualdad de oportunidades en materia civil y criticar el accionar multinacional, el Partido Pirata toma como modelo intelectual a Richard Stallman, el creador del software libre. El partido no tiene presidente y remarca su visión crítica de la internet corporativa (Google, Microsoft, Apple, Facebook, etc.) y socia de los Estados. Con representación activa en países como Suecia o Islandia, los piratas en Argentina tendrán el desafío de poder insertar estas aspiraciones en un presente más complejo, con dramas más urgentes, exentos del primer mundo.
Lo nuevo siempre es bienvenido, sólo que la traducción de ciertas ideas a la realidad local a veces suele ser forzada. Los nuevos partidos políticos, con sus matices y diferencias, corren el riesgo de pasar de la utopía inaugural al desencanto a la hora de operar con la realpolitik argentina, donde el peronismo es el gran articulador del juego y la pobreza sigue siendo el drama central. La clave de todos ellos se verá en los próximos años en la habilidad para adaptarse, negociar, posicionarse desde territorios principistas o bien disolverse. Los interrogantes no tienen respuesta aún; tal vez la tentativa repose, precisamente, en ver de qué modo se vuelven plásticos en la lucha por el poder y en la arena política. Allí no hay piedad ni experimentos.
*Ensayista y licenciado en Filosofía.