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Vacaciones de invierno

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Ahora que estamos en pleno receso de invierno, quisiera compartir con ustedes algunos momentos de distracción, gracias al ocio que nos depara el Ministerio de Educación a los que trabajamos en la enseñanza. Nosotros, los docentes, gozamos de vacaciones de invierno y podemos disfrutar de una oferta descomunal en lo que a espectáculos se refiere.
La posibilidad de acceder a la programación de series por cable, a las telenovelas en horario nocturno, a ciertas novedades radiales y los estrenos cinematográficos en formato DVD que nos facilita nuestro videoclub nos permite tener a nuestro alcance la posibilidad de gozar de un merecido y grato descanso sin siquiera salir a la calle.
No hay como estar calentitos en casa con el control remoto cerca y disponerse a este baño de felicidad doméstica a la vez que universal. No sé por dónde comenzar. Arranquemos por la radio. ¡Han vuelto El gato y el zorro! Es una noticia fantástica que nuevamente Mario Mactas y Rolando Hanglin lleven a cabo su famoso diálogo profesoral, ameno y chispeante, totalmente fuera de época, con altura, palabras medidas, vocablos en inglés como call money, algunos en francés como chauffeur, y nos expliquen un viernes a la tarde por qué las playas del Caribe son totalmente artificiales respecto de las nuestras, y en qué medida el viento frío de nuestro mar gris oscuro es de una belleza insuperable, comparado con el agua turquesa pálido de la isla Saint Martin, y cómo nuestras arenas gruesas y rasposas superan en textura y color a esas formaciones desmenuzadas que parecen harina blanca.
Apreciaciones de estos ex compañeros del Nacional Buenos Aires que han elegido caminos distintos en la vida, como lo son los del nudismo y la equitación, pero que siempre se las arreglan para compartir con nosotros algunos retazos de su sabiduría.

El problema reside en que en esta nueva etapa está ausente Florencia Ibáñez, la alumna inseparable de estos dos maestros, y esta ausencia no sólo se nota, sino que hasta duele.
Aún no ha comenzado la recolección de firmas pidiendo la vuelta de la añorada alumna para que la santísima trinidad se complete, pero debemos estar alertas al llamado de la justicia.
Pasemos a la telenovela. Es imposible no ver Malparida y comentarla con otros, vacacionantes o no. Como soy filósofo, no puedo dejar de elaborar teorías y, en este caso, recurro a la egiptología. Estimo que la belleza de Juanita Viale, que por lo visto no perderá jamás su diminutivo –salvo que lo traslade, modificación que no creo posible– y se llame Juana Vialita, es un calco de los frescos de los templos de Luxor y Karnak que podemos apreciar en History Channel o en el canal Encuentro. Las figuras estampadas en murales, columnas y vasijas se destacan por ser planas y dibujarse de acuerdo con la técnica conocida como “canon de perfil”, por el que siempre vemos los rostros de costado con el ojo de frente. Son formas rígidas sin volumen y sin perspectiva. Un pelo negro, lacio y con un corte abrupto le da a la expresión un cierto misterio.
En el mundo del cine, la película Cleopatra, con Elizabeth Taylor, ofrecía una imagen vívida de la belleza egipcia hecha emperatriz. Sobre este modelo se despliega el personaje de Juanita Viale, perfilado, plano, con la mirada fija, el pelo abundante y sedoso, que acompaña su plan de matar a todos los hombres de la familia Uribe o, al menos, a casi todos, y a unas cuantas mujeres que los acompañan.

La presencia de Florencia Raggi, que en los momentos en que escribo esta nota ha sido arrojada al vacío por nuestra heroína, pero no sé si con quebraduras, conmoción cerebral o lisa y llanamente muerta, perjudicó la imagen pagana de Viale. Por el hecho de que Raggi es más mala que Viale, tan linda aunque quizás algo más vulgar que ella, más alta, tiene además una mirada de bruja que desgraciadamente perjudica al gesto hierático de nuestra esfinge.
Ante esta situación, Juanita (Renata, en la novela) se torna más buena, parece más gorda, hasta se enamora de Gonzalo (Lautaro) y pierde sus atributos nefertitianos para parecerse a una chica malhumorada de las Lomas de San Isidro. De esas que miran mal porque son lindas. El pasaje de El Cairo a la zona Norte no ha sido favorable para el carisma del personaje.

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Quisiera terminar esta nota con el anuncio mundial del comienzo de la cuarta temporada de la archipremiada serie Mad Men, una obra maravillosa, galardonada hasta las calzas, y que se puede ver en sus tres primeras temporadas por los servicios de los videoclubes, la democracia pirata de la Web y las apariciones milagrosas en el cable.
Debe haber alguna maldita razón por la que los dueños de las señales no la entregan con periodicidad, a pesar de lo que les cobran a sus abonados, y no faltará la ocasión para que la televisión pública se haga cargo de esta imperdonable falencia, la pase de modo gratuito y espero que no doblada.
Como el otro día se publicó en todos los diarios del mundo que el presidente Obama era un fan de la serie y que felicitaba a su creador, Mathew Weiner, por el éxito obtenido, la consagración parece casi excesiva.

Pero les aseguro que es difícil no admirar a los actores y actrices y al libreto escrito por nueve guionistas que se hacen cargo de trece episodios por año, a los directores que se reparten los capítulos, elogiar los decorados que miman una agencia de publicidad entre finales de la década del cincuenta y mediados del sesenta, acompañar en el vicio a la cantidad de cigarrillos que se fumaban hasta en los hospitales, y asombrarse ante lo que beben los personajes que a las diez de la mañana se sirven un Jack Daniels, o un Jim Beam, o un Four Roses, o cualquier otro bourbon, y a la tarde, a las 17.30, después del horario de oficina, paladean un par de vasos del imperdible Old Fashioned que consta de: una generosa medida de bourbon, una cáscara de limón, unas gotas de bitter Angostura, un terroncito de azúcar, hielo, y luego sí, aparecen las rubias, las flacas, las pechugonas y las continuas intrigas corporativas, el poder de los magnates rodeados de sus adulones, la lucha por sumar clientes a sangre y fuego, el insomnio de los creativos por inventar campañas entre gallos y medianoche y el tormento existencial de Don Draper, el extraño personaje de la serie, decía, es difícil no admirar todo esto que no deja resto para la indiferencia.
¿Cómo nacen esos personajes que nos remiten a la vida y no a un relato en el que la repetición de lo mismo día tras día es imprescindible para colmar la pauta publicitaria? Es evidente que nuestras telenovelas construyen la historia de acuerdo con las mediciones. Los personajes vaciados de realidad aparecen y desaparecen cuando se les ocurre a los titiriteros que manipulan los hilos de la historia. El culebrón tiene sus reglas y su tradición. A veces nos atrapa. ¿Pero se podrá algún día presentar de un modo apasionante las escenas de la vida ordinaria, con su locura y desgaste, sin que medie un mensaje pastoral o alguna perversión de manual?
Otro día escribo sobre algo nuestro que es de lo mejor: Para vestir santos.

*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).