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Valijas reservadas

Es una ley no escrita de las burocracias: quien trata a sus subordinados como boludos, tarde o temprano los convierte en boludos.

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Es una ley no escrita de las burocracias: quien trata a sus subordinados como boludos, tarde o temprano los convierte en boludos.
Esto vale para la opinión pública: tanto se trata al ciudadano como boludo, que la mayoría termina comportándose como boludo porque se ha vuelto boludo, o porque le han inculcado que hacerse el boludo es la mejor manera de sobrevivir.
Lo prueba el caso de la valijita del Sr. Antonini. He visto amas de casa, personal trainers, escribanos y escritores escandalizados y pendientes de cada nuevo episodio del reality de Miami.
Parecerá natural, porque de gente así no se puede esperar otra cosa, pero también he visto pendientes del noticiero a políticos y a un sindicalista que amarra su crucero importado en el Náutico San Fernando.
Aunque, en atención a la verdad, habría que conceder que también en la intimidad del barco y de la barra de tragos del Museo Renault, siguieron esforzándose por parecer boludos a la espera del momento de que ese rol tan argentino les saliese espontáneamente.
Acierta el manager piquetero D’Elía cuando en un diálogo con Jorge Fontevecchia considera imposible que aquellos dieciséis kilogramos (1) de billetes de cincuenta dólares se destinasen a la campaña de Cristina.
Ni ella ni su esposo precisan esa miseria que a nosotros nos harían tan felices. Ambos pueden manejar a discreción doscientos millones de dólares en fondos reservados, a los que deben sumarse otros sesenta destinados a las tesorerías de los seis (sí: ¡seis!) aparatos de inteligencia del Estado sobre los que el Ejecutivo tiene no poca incidencia.
Hace mas de un año, en una mesa del Hotel Faena, en presencia de un hombre de PERFIL, y hablando de la proliferación de Lears, Falcon Jets y Citations que sobrevolaban esta Argentina desradarizada, un economista que ahora es funcionario público explicaba el negocio bolivariano del control de cambios, de comprar bonos argentinos que los ricachones de Caracas compran a dólar oficial y mandan volando al norte para ser convertidos en dólares verdaderos con una ganancia del 50 por ciento de la inversión por vuelo.
A eso llamaban en los ambientes financieros “la imprenta argentina”, que para seguir en funciones precisa mucha tinta indeleble y mucha colaboración de este lado de la frontera.


(1) Efectivamente, son dieciseismil gramos. Viejo saber de drogadicto, que sabe que cualquier billete de uno, cinco, diez, cincuenta o cien dólares pesa por igual un gramo, tal como ocurre con cualquier Marlboro King Size elaborado en el mundo. Un dealer podrá trampear con la pureza, pero a ningún experto engañará con balanzas truchadas mientras quede un dólar o un Marlboro a mano.

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